27 de junio de 2010

Una auténtica poética

Poco sé de este poeta. Yo creía, erróneamente, que era argentino pero es peruano. Visitando ahora la Wikipedia me entero del porqué de mi confusión: nació en Arequipa (Perú, efectivamente) pero murió en Buenos Aires. Difundió en nuestro medio la obra de Freud y las vanguardias, de las que formó parte. Pero no es la idea de este espacio perder tiempo con cháchara biografista. Aquí, la poesía, más aún, el poema, deben ser los protagonistas. El que sigue es una auténtica poética, un género que me interesa cada vez más profundizar y analizar: 

SEMÁFORO

Mejor es que los ojos como lámparas trémulas se apaguen
que los sonidos sean transportados a donde nunca se los oiga
que no acepten el vuelo los vocablos
que no haya casos cuando yo poeme

Pido la cesantía de las buenas costumbres del lenguaje
la defunción de la gramática
el aniquilamiento del sentido doméstico en el canto
exijo ausencias cuando yo poeme

Propugno el culto de la errata
el celeste relámpago de la equivocación
el juego mágico de malentendidos entre versistas y leyentes
para que juntos poememos en perseveración de este prodigio.

El poemar repuebla al tiempo
acrecienta al espacio de perspectivas y alrededores
y en tanto que se espacia poemando
se tiempa para siempre quien poema

Alberto Hidalgo
Antología personal, 1967.

20 de junio de 2010

Verdades inquietantes sobre la poesía

[CdP]

Sobre los críticos (y algunos poetas): 

La mayor parte de los poetas y de los críticos se asemejan a visitantes de una catedral, bien educados y sumamente cultos, llenos de tacto, de respeto y de admiración. Tienen toda clase de consideraciones por la liturgia y están bien informados sobre cómo debe ser una verdadera cúpula. Pero, para utilizar una frase de Robert Penn Warren, no van allí a rezar.

Sobre algunos poetas (¿poetas?):

El mundo de estos poetas [se refiere específicamente a ciertos poetas norteamericanos] se limita habitualmente al medio universitario, salvo durante ciertos períodos de frenesí sabático que transcurren con un mayor retiro del mundo todavía (...). Son generalmente señores (o señoras) moderadamente prósperos, de buen carácter y muy perseverantes en el trabajo. Publican regularmente en sólidas publicaciones literarias trimestrales y periódicamente reciben premios. Conocen la literatura acabadamente, tienen buena formación, mucha habilidad y salvo unos cinco o seis, nada tienen que decir.

Sobre vida y poesía, vida y poetas: 

Estoy profundamente convencido de que es legítimo cuestionar la competencia de los poetas sobre tales asuntos. Si la poesía trata verdaderamente de la vida del hombre en sus aspectos importantes, resulta esencial saber si el poeta tiene conocimientos suficientes para decirnos algo significativo sobre ella.

Sobre la función de la poesía, si la tuviera: 

(...) debemos admitir que a estos poetas académicos no les interesa hablar del mundo. Sólo quieren construir, y construir algo que sea bello. El contenido para ellos constituye la forma (...). Si la función de la poesía fuera solamente esa, no sería suficiente como para justificar que invirtiera en ella mi vida. Si se tratara meramente de una forma feliz, gozaría de ella como del ajedrez o de la comida, pero no renunciaría por su causa a nada que me resultara de vital importancia. Si no se tratara de algo que realmente importe, no me retendría más allá de su goce, por bien hecha que esté.

Y finalmente: 

Corrección es exactamente lo que no debemos pedirle a la poesía. Si se trata de poesía importante, constituye necesariamente una perturbación de la paz. El buen poeta nunca es un hombre bueno, nunca es doméstico. Los poetas amenazan la forma y los supuestos de nuestra vida, nos impulsan hacia lo que debemos ser, en vez de apaciguarnos en lo que somos. Es probable, por lo tanto, que la poesía importante nos llene de desazón.

Poets on poetry

13 de junio de 2010

La experiencia poética de la mano de Girri

Vuelvo al CdP y remito al lector a esta entrada de Fauna Abisal para más datos sobre este libro: 

Por lo general, recelo y desconfío de lo que unos fantasmales y generalmente anónimos seres escriben en las solapas y contratapas de los libros. Casi nunca dichos paratextos van firmados y luego uno descubre que lo que se dice en la contratapa de una menguada edición de los Artículos de costumbres de Larra es, en realidad, lo que opinaba de él Sarmiento en uno de sus Viajes..., y así por el estilo. 
La contratapa de este libro (al que volveré infinidad de veces aquí) tampoco está firmada y no sé realmente quién pudo haberla escrito, pero dice algo que se aplica perfectamente lo que quiero hacer aquí y por eso lo cito: 
Rigor y pasión son asimismo los rasgos que caracterizan las reflexiones sobre el quehacer poético (...), una serie de pensamientos surgidos en medio de lecturas de otros poetas, de textos críticos, del propio poetizar.
Exacto, podría agregar. 
En la primera hoja del libro hay una anotación en lápiz que realicé hace dos años [en 1999] y que también quiero rescatar aquí porque creo que lo que dice allí recién ahora se hará realidad: 
He leído este libro por lo menos dos veces, a juzgar por los diversos colores con que ha sido subrayado. He transcripto párrafos y sentencias enteras, pero siempre dándome cuenta de que lo hacía para el futuro, para un futuro que aún no sabía cuál era, pero que me permitiría al fin comprender todo ese «palabrerío». Ese futuro ha llegado, creo: estoy a punto de comenzar el tercer año de mi carrera y en el último cuatrimestre cursé una materia (Teoría Literaria I) donde no se hizo otra cosa más que hablar, discutir, leer y desmigajar a la poesía, al poeta, al poema. Por ello, la lectura actual de este libro será la más significativa porque será como si nunca lo hubiera leído, tan nueva me acerco a él, tan fresca quiero volcarme en él, para, al fin, poder comenzarlo a entender.
En primer lugar, esa lectura nueva y fresca y comprensiva finalmente no pudo realizarse en su totalidad, si bien dejó un reguero de notas y cuestiones interesantes. Por otra parte, es un libro de fácil lectura pero de díficil asimilación, acaso por la brevedad, por lo aforístico, lo riguroso y pasional de sus comentarios y observaciones. Hablaba esa nota de Teoría Literaria I y recién pensaba que este cuaderno, paradójicamente, va a terminar pareciéndose a los apuntes de esa materia, en la que el profesor Cowes nos dictaba los poemas y nos regalaba luego su parecer, su opinión, sus análisis. 
Siempre temí que la facultad destruyera mi gusto por la poesía junto con mi capacidad para producirla, pero al conocer al profesor Cowes todos mis temores fueron acallados porque allí mi poesía fue llamada por primera vez poesía y mis poemas eran poemas porque él los ponía en un pie de igualdad (!) con los de Salinas y Juan Ramón Jiménez al mezclar sus hojas con las mías, con esas hojitas que yo trémulamente le había alcanzado para ver «qué le parecían». Y resultó que le parecieron claramente emparentados con la generación del 27, cosa en la que yo ni siquiera había reparado, y allí también fui llamada por primera vez «una poetisa argentina» y no una simple compañera de curso. 
Entonces, vaya este cuaderno también como un homenaje, un homenaje a un verdadero fanático (además de una eminencia) de la poesía por sobre todas las cosas. 
Habría que aclarar, aunque ya parece ocioso, que este cuaderno estará lleno de digresiones y excesos puesto que eso es lo mejor que tiene la literatura: uno empieza, digamos, por acá, pero no tiene ni idea ni sabe siquiera si va a terminar por allá o por acullá. 
Dicho lo cual, vuelvo a Girri que de él es de quien se trata ahora. 


En Notas sobre la experiencia poética, el libro al que me estaba refiriendo antes de desviarme hacia el profesor Cowes, Girri sostiene algo que creo fundamental para entender tanto su propio libro como lo que quiero hacer en este cuaderno:
No parece excesivo entender que cuanto un hacedor de poemas escribe lateralmente acerca de su oficio, estética, actitudes de la poesía ante la realidad con que opera, concepciones de otros creadores, etc., debe juzgarse a la luz y en relación con puntos de vista privativos de aquél, directa o implícitamente ejemplificados por su obra.
Aunque termine oscureciendo, prefiero aclarar: este cuaderno contendrá, entonces, entre otras cosas, mis puntos de vista sobre la poesía y todos aquellos que coincidentes u opuestos con los míos tengan o hayan tenido alguna utilidad manifiesta para mí y para mi obra, pero no pretendo, de ningún modo, que esto sea la Verdad Revelada... 
Sin embargo, colijo que se pueden sacar muchas buenas enseñanzas, y en particular de los fragmentos de Girri que siguen: 

No todos los versos son poesía y la división clásica es: escritos artísticos y escritos comunes. A la menor provocación, la prosa puede caer en la rima. Lo que designaríamos como prosa suele tener ritmos, aliteraciones, repeticiones, polifonía y cuanto pasa por ser exclusivo de la poesía. [Nota de 1999: cfr. con la definición de lo propiamente lírico en Reisz de Rivarola y se verá que lo lírico no reside en el verso, ni siquiera en la rima como tales sino en la trans-gre-sión.]

El espíritu de la letra; la letra a manera de dato que servirá para que el lector se golpee la frente: '¿cómo no me había dado cuenta antes de que eso era así, tal cual lo estoy leyendo, literalmente?' [Nota de 1999: Cortázar me ha regalado tanto de esto, y Henry Miller y Roberto Arlt... Y el propio Baudelaire, agregaría hoy, como luego se verá.]

Poemas como aforismos. La prueba de su eficacia consistiría en que ocuparían más lugar en la memoria que en la página. [Nota, sin fecha: ¿Y acaso no vale más perdurar en la memoria que en la página?]

Uno no debe guiarse sólo por las exigencias de lo que está haciendo; lo que necesita ser escrito. Por lo demás, es probable que el poema resulte siempre superior a lo que se diga sobre él.

Y se aprende a ser constante (constante, no rutinario), a saber cada vez menos por qué se hace lo que se hace, y a acentuar la convicción de que no se puede hacer sino lo que se hace.

Notas sobre la experiencia poética, 1983. 

6 de junio de 2010

Contra el embrutecimiento que es la vida

No recuerdo si en el Cuaderno de Poesía del 2001 incluí algunos de ellos, es probable que sí. De cualquier manera, en aquel entonces no los había leído todos sino que había encontrado algunos sueltos por allí. Me refiero a los célebres Membretes de Oliverio Girondo, ese monstruo, ese gigante, ese dios de la poesía. Fue, él también, uno de mis primeros padres nutricios y conocí sus membretes tempranamente. Por alguna gracia que ya no recuerdo llegué a su poesía cuando tenía apenas 16 o 17 años, momento álgido y exacto para encontrarme con ella y saber que ya nunca la abandonaría. Esta semana, a raíz de mis clases en el Taller de Escritura del Pasaje Dardo Rocha, volví a hacerle una visita al maestro, y rebuscando un poema para compartir con mis alumnos me encontré de nuevo con los membretes. La transición fue natural: se impuso seleccionar mis favoritos para ponerlos aquí sin dilación alguna. En cursiva, aquellos que o bien impactaron en lo más hondo de mí o bien los que creo que funcionan como auténticas (y sensatas) artes poéticas a seguir por cualquier poeta que se precie de tal. 



No hay crítico comparable al cajón de nuestro escritorio.

Entre otras... ¡la más irreductible disidencia ortográfica! Ellos: Padecen todavía la superstición de las Mayúsculas. Nosotros: Hace tiempo que escribimos: cultura, arte, ciencia, moral y, sobre todo y ante todo, poesía.

Aunque la estilográfica tenga reminiscencias de lagrimatorio, ni los cocodrilos tienen derecho a confundir las lágrimas con la tinta.

Llega un momento en que aspiramos a escribir algo peor.

¡El Arte es el peor enemigo del arte!... un fetiche ante el que ofician, arrodillados, quienes no son artistas.

No hay que confundir poesía con vaselina; vigor, con camiseta sucia.

¿Por qué no admitir que una gallina ponga un trasatlántico, si creemos en la existencia de Rimbaud, sabio, vidente y poeta a los 12 años?

Un libro debe construirse como un reloj, y venderse como un salchichón.

Con la poesía sucede lo mismo que con las mujeres: llega un momento en que la única actitud respetuosa consiste en levantarles la pollera.

Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario.

¡Si buena parte de nuestros poetas se convenciera de que la tartamudez es preferible al plagio!

Tanto en arte, como en ciencia, hay que buscarle las siete patas al gato.

¿Cómo dejar de admirar la prodigalidad y la perfección con que la mayoría de nuestros poetas logra el prestigio de realizar el vacío absoluto?

La vida es un largo embrutecimiento. La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas; poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario; los mosquitos pueden volar tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles, y cuando deseamos viajar nos dirigimos a una agencia de vapores en vez de metamorfosear una silla en un trasatlántico.

Aunque ellos mismos lo ignoren, ningún creador escribe para los otros, ni para sí mismo, ni mucho menos, para satisfacer un anhelo de creación, sino porque no puede dejar de escribir.

La poesía siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta que lo descubre un verdadero poeta.

Segura de saber donde se hospeda la poesía, existe siempre una multitud impaciente y apresurada que corre en su busca pero, al llegar donde le han dicho que se aloja y preguntar por ella, invariablemente se le contesta: Se ha mudado.

Aspiramos a ser lo que auténticamente somos, pero a medida que creemos lograrlo, nos invade el hartazgo de lo que realmente somos.

Ambicionamos no plagiarnos ni a nosotros mismos, a ser siempre distintos, a renovarnos en cada poema, pero a medida que se acumulan y forman nuestra escueta o frondosa producción, debemos reconocer que a lo largo de nuestra existencia hemos escrito un solo y único poema.

Membretes, 1924.