23 de febrero de 2023

Tal vez tuvimos sólo siete noches

Seguramente fueron más, pero sin duda fueron por los menos siete, nueve, diez, quizás veinte, acaso cincuenta, contando las idas y vueltas. Idas y vueltas como las de este blog (y de todos mis blogs). Me autodefino siempre «gánica» (es decir, hago las cosas cuando tengo ganas), pero acaso sería mejor autodefinirme como «dejadiza» (no importa si no existe tal término, existe a partir de este instante), es decir de pronto dejo algo que me entusiasmaba muchísimo, como este blog, sin ninguna explicación ni razón ni motivo aparente. Simplemente no aparezco más. Me ghosteo a mí misma, juego a las escondidas como cuando era chica. Un día estoy y al siguiente no estoy más. Y vuelvo dos años después como si tal cosa. Es lo que me sale. Como la poesía a chorros, como la escritura a bocajarro, como las ansias siempre desbocadas que no se sacian nunca. Como un venero patagónico, bajando siempre de esas inmensas montañas. Quizás atravieso profundos bosques de helado verdor, quizás me adentro en piélagos tenebrosos y luego renazco, tan pimpante. No sé por qué lo hago, pero lo hago y me atormento, como buena catuliana irredenta que soy. No sería yo si no me atormentara, si no padeciera con el inmenso pathos de la poesía y del amor, claro. 

Y para este retorno sin demasiada gloria (pero a quién le importa la gloria), traigo de nuevo a una de mis poetas favoritas. Ella. La que con su solo nombre hace que se entienda y encienda todo: Idea. Nadie con ese nombre podía andar por el mundo sin abrasar todo a su paso, es claro. Nadie con esa belleza doliente, con esa pluma más afilada que un quirúrgico bisturí podía andar por este mundo sin dejar palabras como tumbas, como osarios, como reliquias del más excelso deseo. Y nadie dice nunca (o casi, porque Alejandra, porque Olga, porque Alfonsina también) lo que yo quisiera decir cuando pienso en él, cuando lo recuerdo, cuando hago lo imposible por olvidarlo de una vez sin lograrlo más que unos pocos, poquísimos, segundos. Nadie dice con esta rabia, con esta tristeza, con este desgarro absoluto. Nadie nunca (o casi nunca). Repárese por favor en el uso del «tal vez», la maestría con la que la poeta se aleja de cualquier afirmación taxativa (aunque en el fondo de su roto corazón esté absolutamente convencida de su verdad) e introduce el mal rayo, el pérfido pero iluminador veneno de la duda, de la pregunta que siempre nos corroe (¿pero habrá sido amor...? ¿pero habrá sido así...?). 

Nunca o casi nunca, insisto.

Seguramente fueron más, pero esas siete, nueve, diez, veinte o cincuenta noches no se borran de mi piel jamás y, sin duda, sirven para vivir toda una vida y el más largo amor. Si es lo que yo digo, como anoté sucinta y sufrientemente en Facebook hoy. 

Bienvenidos otra vez a mi cuaderno de poesía. Postearé cuando las ganas o la dejadez me dejen, si me dejan. 



Tal vez tuvimos sólo siete noches
no sé
no las conté
cómo hubiera podido.
Tal vez no más que seis
o fueron nueve.
No sé
pero valieron
como el más largo amor.
Tal vez
de cuatro o cinco noches como ésas
pero precisamente como ésas
tal vez
pueda vivirse
como de un largo amor
toda una vida.

(La Habana, 1968)