30 de abril de 2021

Alejandra Alejandra

Ayer podría/debería haber escrito sobre Pizarnik y me abstuve. Digo «podría» porque ha sido y sigue siendo una de mis máximas influencias poéticas y digo «debería» porque ayer se cumplió un nuevo aniversario de su nacimiento y hubo recuerdos, posteos, notas, panegíricos y jaculatorias de toda clase en las redes a propósito de ello. Me abstuve por eso, justamente, entre otras razones. No quería echar más leña a ese fuego idolátrico que arde desde el momento mismo en que se suicidó y que obnubila a muchos con su espeso humo narcotizante. Porque Alejandra es un narcótico, antes que cualquier otra cosa. Es imposible leerla y no sucumbir a su narcolepsia, es muy díficil no dejarse encantar, hay que estar muy templado para huir de sus cantos sirenaicos, que es justamente lo que no ocurre cuando uno la lee por primera vez, generalmente en la adolescencia, cuando más permeable y esponjosa está el alma. Durante muchos años estuve presa de esa narcosis de la cita perfectamente disimulada, de la brevedad rayana en el abismo, de los ingeniosos juegos de palabras y, oh, diablos, de la grandísima oscuridad. La poesía del hoyo, como la llamábamos con un queridísimo amigo. El regodeo en el mal. La doleur exquise. Hundir el cuchillo siempre más allá de la carne y revolver hasta descarnar, hasta encontrar el hueso, hasta drenar las médulas, hasta volver cenizas todo. 
¿Cómo sustraerse de algo semejante cuando se es un adolescente atolondrado e indocumentado, tratando de encontrar su lugar en el mundo? ¿Cómo no volverse fanático si Alejandra representa lo mismo que la tríada de los veintisiete en el rock (Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix)? ¿Cómo no rendirle pleitesía si en su infinita brevedad nos decía más que todas las palabras de este mundo juntas? Y luego, aunque los años pasaran y otros poetas vinieran a decirnos que había otros modos de hacer poesía y hasta que no era nuestro destino suicidarnos si deseábamos escribir poesía tal como parecía mandar la tradición de los poetas y los rockeros malditos citados, la estela de su incienso envenenado seguía presente, impregnada en nuestras fosas nasales, recordada y celebrada cada vez que se la leía y se reafirmaba esa idea y esa sensación de impotencia al pensar «Dios mío, nunca voy a escribir así», suponiéndole al «así» todas las cualidades imaginables, todas ausentes, por supuesto, de nuestra pobre praxis poética. Por eso digo que me costó muchos años desprenderme, un poco, de su idolatría y por eso ayer preferí guardar silencio y compartir algún verso perdido en la marea de Facebook como un modo de decir «presente» y nada más. Su pregnancia es tan excesiva (o mejor dicho, la pregnancia del personaje, del mito) como lo fue la de Rubén Darío en su tiempo (ya hablaré también de Darío, cómo no hablar de Darío). Pero hoy, al leer una reflexión de la poeta y crítica Anahí Mallol, que luego transcribo, decidí que era un buen momento para expresar estas y algunas otras palabras sobre una influencia tan determinante no sólo en mi poesía sino también en mi vida. 
Alejandra estuvo conmigo desde el vamos: recuerdo que en una de las primeras antologías de poesía que compré cuando en lugar de ir al colegio me rateaba y me iba a vagabundear por las calles de Quilmes (shhh), estaban sus poemas y me deslumbraron al instante, por supuesto. Amor a primera vista, amor a primera leída. Y luego, mientras la seguía leyendo y la iba conociendo y adentrándome en el personaje y en el mito la idolatría campeaba a sus anchas y siempre me parecía que nunca jamás de los jamases ninguna otra poeta me iba a gustar tanto como ella pero... ah, mis amigos, gracias a Dios luego conocí a Olga Orozco y luego a Amelia Biagioni y entonces comprendí que podía haber poetas que incluso me gustaran más y que, vaya paradoja, eran las mismas que ella idolatraba. Me conmovió hasta lo indecible leer la carta que le dirigió a Biagioni, por ejemplo, luego de leer su estupendo poemario El humo. Una vez más se me hizo patente aquello que decía Eliot acerca de la comunión espiritual que une a los poetas de todo tiempo y lugar. Luego conocí a Carmen Bruna (ya hablaré de ella también), a Liliana Lukin, a Leonor García Hernando y entendí que había más, muchísimo más de lo que la idolatriosis me permitía sospechar. Está muy bien tener ídolos y adorarlos, más cuando se es tan joven y vulnerable, pero llega un momento en que hay que dejarlos ir y abrazar otros amores, otras causas, otras formas de la infinita e inefable poesía. Porque su maravilla es tal que nos muestra que siempre hay, aunque digan que no, un más allá. 



La reflexión de Anahí Mallol: 

ayer leí algunas notas sobre Pizarnik. conclusiones (salvo honrosas excepciones, como la del amigo Gigena):
1. no hubiera cumplido 85. Pizarnik es siempre joven. encarna la fuerza de lo joven.
2. si escribís, y escribís bien, no te suicides, porque te vas a convertir en un cliché.
3. el personaje Pizarnik logró que su obra fuera conocida por mucha gente.
4. el personaje Pizarnik impide (en muchos casos) que se la lea más allá del personaje.

Le puse, desde luego, un evidente «me encanta» y no sólo un like porque da en el clavo en todos los puntos. 
Cierro con uno de mis poemas favoritos (de los primerísimos que leí) y los invito a que, si pueden, la lean más allá, mucho más allá, del personaje y del cegador mito. 

13

explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

Árbol de Diana, 1962.

P. D.: Además, comparto con ella estas tres coincidencias: 1) Nací en Avellaneda; 2) Ella nació el mismo día que mi madre y 3) Tenemos las mismas iniciales (salvo que se invoque el Flora, claro).

28 de abril de 2021

Huesitos ganglios médulas

Venía pensando en otra cosa para compartir hoy pero la dejaré para mañana, habida cuenta de que hoy se cumple un nuevo aniversario de la desaparición física de la poeta uruguaya Idea Vilariño. El 28 de abril de 2009 nos dejó pero no sin antes haber escrito y publicado algunos de los poemas más maravillosos, lacerantes y descarnados de la poesía en lengua castellana. No tengo término medio con Idea: la idolatro profundamente desde la primera vez que la leí hace por lo menos treinta años en una antología de poesía hispanoamericana editada por el CEAL (¡cuándo no!). Cuando leí esa irrepetible maravilla de "Ya no", que no postearé porque lamentablemente ya se ha transformado en un lugar común y demasiado transitado de su poética, quedé completamente absorta, enloquecida y abismada con su poesía y así me mantengo. Con los años la fui encontrando en otras antologías, luego en la internés y finalmente hace ya unos años me auto-regalé su Poesía completa, como debe ser. Leerla de un tirón fue una de esas experiencias tan traumáticas como fructíferas, porque así es su decir poético: arrasa, aniquila, llega al hueso y no contenta con haber abierto calientes cauces para las médulas que todavía gloriamente arden sigue horadando más y más, hasta llevar todo al extremo, al límite de lo tolerable. Y su forma de lograr eso es el espartano laconismo de sus versos, la aparente simplicidad de formas y palabras, pero esa simplicidad es más mortal que un estilete y sólo un inmenso dolor es capaz de brindarle ese cauterio vuelto palabras a alguien. Por si fuera poco, me identifico tanto con su historia de amor/desamor con Onetti que ya todo adquiere ribetes de escándalo entre Idea y yo. Se la ama o se la deja pasar indiferente a su magia y su noctámbulo hechizo. Yo estoy hechizada desde la primera vez que leí aquel tremendo "Ya no". Ojalá ustedes también se hechicen ahora.



ESTO

Esto que va que viene
que llevamos traemos
de un lado a otro
huesitos ganglios médulas
la voz el tacto dulce
el cristalino
el pubis
esto que cada noche
guardamos
frágil cosa
todo esto
qué es esto
sangre
aliento
piel
nada.


LOS ADIOSES

Morirse
no morirse
y estarse triste repartiendo adioses
moviendo
adiós
apenas
el pobre corazón como un pañuelo.


DÓNDE

Dónde el sueño cumplido
y dónde el loco amor
que todos
o que algunos
siempre
tras la serena máscara
pedimos de rodillas.


Idea Vilariño
Poesía completa, 2012.

27 de abril de 2021

Charlas de café

Observo complacida que ya en el 2001 había leído este libro y volcado unos cuantos fragmentos en el CdP, bajo el epígrafe «Una curiosidad, una más, una de tantas», porque otra de las funciones o metas del cuaderno era la de reunir curiosidades, delikatessens, rarities. Y entonces suponía, con buen tino, que las Charlas de café de don Santiago Ramón y Cajal lo eran. Y lo son. Sobre todo porque su autor fue el pionero, por así decirlo, de las neurociencias, o, mejor dicho, de la neuroanatomía. Con medios muy rudimentarios como los microscopios de principios del siglo XX, Ramón y Cajal se entregó al estudio, la observación y el discernimiento de lo que ocurría en el tejido neuronal. Y llevó esa observación a punto tal que logró dibujar y bosquejar esas intrincadas mareas dendríticas, como puede verse en el enlace que dejo bajo su nombre. También publicó numerosos libros sobre la cuestión, así como artículos, algunos de los cuales tenemos la dicha de resguardar y ofrecer en el repositorio, publicados en una de las primeras revistas científicas universitarias de nuestro país, como este o este. Pero como todo gran científico, Ramón y Cajal también era un gran artista, un fínisimo observador de todo lo que lo circundaba y acontecía y por eso fue capaz de hacer aseveraciones como las siguientes: 

En los ingenios, como en las higueras, el primer fruto es la breva, que suele ser insípida, aparatosa y grande; esperemos, para emitir juicio, el brote de los higos. 

Gran deleite procura la lectura de los buenos autores; pero, en compensación, nos acarrean muchas desilusiones. Porque en esas páginas, febrilmente devoradas, solemos sorprender ¡quién lo dijera! los pensamientos más íntimamente nuestros. A menudo, después de acabar una lectura atrayente, pensamos, con amargura y desaliento, ¡nos han plagiado!

Como la espada de buen temple, la obra literaria debe forjarse en caliente, limarse en frío y probarse en duro; es decir, en el blanco de la oposición y de la controversia.

Gustan mucho las frivolidades amenas y los juegos de ingenio; sin embargo, sólo interesan y perduran positivamente las obras que se escribieron con sangre y entre las angustias del dolor.

Un libro antiguo sincero, aunque mediocremente escrito, posee siempre valor histórico inestimable. Nos da a conocer el sentir y pensar de la Humanidad fenecida, maestra y rectora de la actual y nos enseña la turbadora verdad de que el hombre ha sido siempre el mismo.

«El estilo es el hombre», decía, según es harto sabido, el gran Buffon. Menos conciso, pero más exacto, fuera expresar que el estilo es casi siempre una transacción entre el hombre y su careta, entre lo que realmente es y lo que le obliga a ser la fascinación irresistible de la escuela literaria dominante. Ni hay que olvidar el efecto decisivo de la cultura y de la experiencia del mundo.

Ocurre con los adjetivos lo que con los billetes de Banco: se deprecian de día en día.

La obra genial es comparable a un germen dotado de vida autonóma, nutrido por la admiración y la crítica comprensivas, y productor de infinitos retoños, luego de alcanzar pleno desarrollo.

Quimérico parece, como ya expresó el viejo Horacio, pretender agradar a todos. Habría que escribir un libro para cada lector, y hasta para cada época de la evolución mental de éste. Como el proyectil, cada obra sólo puede herir de lleno un corazón.

Encerrarnos, por exquisitos y refinados, en la consabida torre de marfil, puede conducirnos a la lúgubre soledad de la torre del silencio.

Charlas de café, 1920.

P. S.: A pesar de ya tener una edición de las Charlas de café, viejita, amarillenta y entrañable de la colección Austral de Espasa-Calpe, este año tuve la posibilidad de adquirir la reedición del Fondo de Cultura Económica (que ilustra este posteo) y que recomiendo vivamente a quien pueda que lo haga. Allí, en su introducción, Francisco Fuster afirma: «Y es que, si algo molestaba profundamente a Ramón y Cajal, que además de una eminencia de la medicina fue, por encima de todo, un sabio humanista y un intelectual comprometido cuya sed de conocimiento nunca se limitó al ámbito estricto de su especialidad, era esa actitud inquisitiva y envidiosa de quienes pensaban que la literatura era un coto vedado cuyo acceso sólo estaba permitido a unos pocos. Para él, la vocación del investigador que entrega su vida a la ciencia era perfectamente compatible con la pasión del erudito que todo lo quiere leer y con la curiosidad del hombre que gusta de pasear por la ciudad y de charlar con los amigos en la tertulia del café, allí donde todo es opinable y no existe más autoridad que la que se impone a través de la amena y respetuosa discusión entre iguales». 
P. S. bis: El mundo visto a los ochenta años es otra de estas delikatenssens de Ramón y Cajal que recomiendo vivamente.

23 de abril de 2021

Escucho con mis ojos a los muertos

Día del Libro. Ya dije en otro lugar que no soy muy adepta al «día de...» pero en algunas ocasiones estos supuestos días de resultan una excelente excusa para hablar sobre algunas cuestiones. Ya he hablado también de mi bibliomanía (en el posteo ya citado y en otros). Ya he hablado, incluso, de mi primer libro, en el sentido de mi primer libro leído y degustado con fascinación inagotable. Ya he, incluso, como verán si se dirigen al primer posteo citado, puesto este mismo poema en circulación, pero qué importa. Es otro de mis padres nutricios y su poesía debería leerse en todo tiempo y lugar, sin tasa alguna. No obstante, antes de compartirlo me gustaría agregar que así como no concibo la vida sin música (lo cual constituiría un error, como ya dijo —o dicen que dijo— Nietzsche), tampoco la concibo sin libros, esa extensión de nuestro «celebro», como dijera Borges (y Cervantes). Es por eso que incluso al día de hoy la tecnología del libro es insuperable y no hay lugar para las diatribas acerca de su pregonada desaparición que todavía nos encendían hace algunos años. Que se publica una cantidad infernal de bazofia es indiscutible. Que probablemente el 70 u 80 % de lo que se publica no debería publicarse, por numerosas razones, también. Que hay pillos, pillastres y toda clase de bandidos en el mundo editorial, también. Pero que así y todo los libros siguen siendo el mejor refugio cuando la realidad nos obsede (y cuando no también) y que no hay vehículo mejor ni más adaptable para el saber es indudable. 
Y ahora vayamos al poema que ya compartí hace 11 años y que vuelvo a compartir, pero esta vez con un poco de análisis, si gustan acompañarme: 

DESDE LA TORRE

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas, que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadoras,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la emprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.

Parnaso español, 1648.

Estamos frente a un poema conceptista. Barroco y conceptista, para más datos, aunque no de los más intrincados y opacos, dado que es un poema celebratorio, suerte de ofrenda. Es, además, un soneto, la forma poética preferida del Barroco, si bien no la única. Los conceptistas, entre quienes Quevedo es uno de sus máximos exponentes, sino el máximo, procuraban decir mucho con muy poco y apelaban, ante todo, a la ingeniosidad en los conceptos y en sus vinculaciones. Prueba de ello son los versos sinestésicos de las primeras dos estrofas, en los que constantemente unos sentidos se trocan con otros y así el poeta nos dice que «escucha con los ojos» (es decir, lee) a los muertos o bien que «vive en conversación» (otra forma de apelar a la lectura) también con los que ya se han ido (pero cuyas obras quedan sólidamente guardadas en esos artefactos llamados «libros»). Como siempre en el Barroco, además, aparece la obligada referencia a la fugacidad del tiempo y de la vida («en fuga irrevocable huye la hora»), pero como bien sabemos ningún tiempo es perdido ni huye a sitio alguno si lo pasamos con un libro. Ese señor Joseph allí mencionado era, como se supo luego con el correr de las centurias, algo así como el editor de Quevedo y es a quien el poema le está dedicado, ya que el poeta se hallaba recluido en la Torre de Juan Abad, de allí entonces su título. Este poema me encanta y representa tanto porque siempre sentí que era eso lo que ocurría al leer: uno se retira de este mundo y todas sus maquinaciones para ir a conversar con los que ya no están o los que fueron ciertos muchísimo antes que nosotros y su conversación siempre es fecundante, plena, fabulosa. Los libros nunca defraudan, acompañan, protegen, alumbran, iluminan, dulcifican, enseñan y por si todo esto fuera poco nos dan nuestras verdaderas alas. 

22 de abril de 2021

Siempre otoño

Hora de volver a esta burbuja coronacoso-free luego de algunos días lejos, por diversos motivos. 
Otro de los grandes tópicos de la poesía (ya me he referido al tópico «gatos») es el otoño. Curiosamente, al menos en mi percepción, son más y más hermosos los poemas dedicados al otoño que a la primavera, siendo que ésta es, como todos sabemos, la estación de las flores, los pájaros y el verde renaciente. El otoño fue, también (como pasó con los amados gatos), el tema de uno de los números especiales de La Granda Milito, aquel boletín literario electrónico que tantas felicidades nos deparó a sus editores en los inicios de este siglo. Allí nos dimos cuenta de la cantidad inmarcesible de poemas (y los más variados textos) que hacían referencia al otoño y, por mi parte, siempre con mi alma de antóloga ingobernable, seguí juntando poemas sobre el otoño incluso muchos años después de haber publicado el último número de LGM. Algún día armaré esas antologías poéticas con las que siempre sueño (y para las que voy guardando esos poemas). 


Mientras tanto, uno de esos poemas con los que me crucé a la vuelta de los años, de una poeta nicaragüense, muy amiga de Cortázar (razón suficiente para aunque más no sea pispearla) que, una vez más, apela a la más rotunda sencillez para decir lo suyo y se deja de vacuidades y zarandajas inanes. Seamos más como Claribel y menos como Nico Andreoli y otros esperpentos calcinados y escupidos por la repugnante posmodernidad.

OTOÑO

Has entrado al otoño
me dijiste
y me sentí temblar
hoja encendida
que se aferra a su tallo
que se obstina
que es párpado amarillo
y luz de vela
danza de vida
y muerte
claridad suspendida
en el eterno instante
del presente.

Claribel Alegría

19 de abril de 2021

Como los hijos de la mar

Hay poetas que se nos quedan incrustados para siempre. No sólo por sus poemas o su particular manera de decir sino también por sus vidas y hasta por sus figuras. Ese es el caso, para mí, del poeta que les traigo hoy. Descuento que no es un desconocido para nadie, pero como el público se renueva y no confío demasiado en que a las jóvenes generaciones se les sigan enseñando los clásicos (porque él ya es un clásico del siglo XX sin dudas), mejor presentarlo como es debido. 
Señoras y señores, con ustedes, Antonio Machado. No escucho bien esos aplausos, a ver, más fuerte. 
Ahora sí. Machado, junto con Juan Ramón Jiménez, su hermano Manuel Machado y otros poetas e intelectuales españoles conformaron la llamada generación del 98, anterior, desde luego, a la ya mentada en este blog del 27. Ambas generaciones resultan indisolubles, en verdad, porque ambas se verán envueltas en la tragedia de la guerra civil española y deberán tomar partido por uno u otro bando, pero a la sazón es bueno establecer algunas diferencias entre ellas. Si la generación del 27 significó una ruptura y se ubicó a la vanguardia (especialmente con García Lorca), la generación del 98 viene a representar cierto clasicismo, bajo el notorio influjo del modernismo. Ya hablaré de modernismo, el primer movimiento literario puramente latinoamericano que influyó sobre España y no al revés, como solía ocurrir hasta entonces. El modernismo, cuyo padre seminal y celestial es Rubén Darío, el responsable, en mi opinión, de que la poesía en lengua castellana diera el salto definitivo hacia su independencia y esplendor, por decirlo de algún modo. Pero lo que realmente distingue a la generación del 98 es la profunda crisis espiritual por la que pasaba España precisamente en 1898 con la pérdida de sus posesiones en Cuba y el fin del imperio. Todo un mundo se había desmoronado y, por si fuera poco, un alemán loco andaba por ahí chillando que Dios había muerto. El impacto que esto y otras circunstancias (como la pronosticada «fin del mundo») tuvo sobre los hombres de esa generación es, en ocasiones, todavía inenarrable. A caballo entre dos épocas (que no terminaban de morir ni de nacer, un poco como nos toca a nosotros ahora), aquellos hombres hicieron lo que pudieron con ese escándalo trágico material y espiritual que les tocó vivir. 


Machado apeló a la sencillez, al tono bajo, a la confidencia, a todo lo que se alejara de la rimbombancia y el esperpento, a diferencia de su contemporáneo Ramón del Valle-Inclán, por ejemplo. Por eso su poesía permanece, perdura y no tiene rival, porque no necesita de artilugios ni de estrépitos para fulgurar. El poema que aquí traigo, uno de mis favoritos, bien podría ser tomado, además, como un arte poética digno de imitar.

RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Campos de Castilla, 1917.

15 de abril de 2021

El estaño del estruendo

Días pasados en este mismo rinconcito virtual afirmé que en cada provincia de nuestro país hay poetas notables (notabilísimos, algunos) que el porteñocentrismo de nuestra cultura y del mundillo literario se obstina en ignorar con furor digno de mejor causa. Dije también que iba a intentar demostrarlo en este espacio virtual y hoy se me presenta una oportunidad. Había arrancado con Juan L. Ortiz, lengua viva del Paraná, y hoy traigo, gracias a un posteo de Sofía Cerviño en Facebook, a Juan Manuel Inchauspe, poeta santafesino. 

Conocí a Inchauspe gracias a una clínica de poesía que dio Ricardo H. Herrera allá por el 2004 aproximadamente. Fueron cuatro clases intensas en la Casa de la Poesía de Buenos Aires: desconozco si ese espacio tan hermoso sigue existiendo (temo que la piqueta del progreso/sismo lo haya derribado o convertido en sabe Dios qué). Era la casa de Evaristo Carriego, de ahí que se llamara, con total justicia, la Casa de la Poesía. En pleno barrio de Palermo (Palermo Viejo, no Soho ni snobeadas por el estilo), era una casa estilo chorizo en la que funcionaba el centro cultural y la más exquisita biblioteca de poesía argentina que yo recuerde. Insisto en que no sé cuál fue su suerte, creo que tampoco quiero saber. Mejor guardo aquel bello recuerdo, y el recuerdo de esas cuatro intensas clases en las que Herrera nos regaló poetas de la talla de Inchauspe, que todos desconocíamos con prolijidad absoluta, y nos insistió hasta el hartazgo con la necesidad de volver al clasicismo, de aprender a escribir versos con medida, de aprender a distinguir un endecasílabo de un alejandrino y, sobre todo, de saber encontrar la música perdida en el mal llamado «verso libre» (que de libre no tiene nada). Nos aleccionó también sobre la importancia de la simpleza, de evitar los rebusques, las ñoñerías, la retórica vacía, la lúgubre llorosidad que nunca llegará a las cumbres pizarnikianas por mucho que se insista (esto seguramente iba a dirigido a mí) y todo lo que, justamente, Inchauspe no hacía. Su poesía es dura, afilada como una navaja toledana, de bordes y aristas como de diamante y tiene un fulgor similar. Sus poemas, esas notas rápidas que iba dejando por ahí, son como ráfagas que pasan y nos dejan perplejos y despeinados, preguntándonos qué pasó, qué me acaba de decir este señor que murió en la indigencia siendo todavía muy joven y que, al parecer, se dejó morir de amor, como no podía ser de otra manera. 


IMAGEN DEL CARACOL 

I
«Estar un poco con uno mismo» 
dijiste.

Sí, alejados del estruendo y las
inútiles utilidades
de cada día.
Sustraídos, por un momento
secreto y luminoso
a ese orden que siempre toma mas de lo que da.

II
«Estar un poco con uno mismo» —dijiste.
Sí, lo sé, sustraídos a ese orden
que siempre toma más de lo que da
alejados por el estaño del estruendo
y las utilidades del día
a los momentos secretos luminosos.
A veces es necesario
un movimiento de repliegue
para ocupar
un lugar que siempre está vacío y descuidado.

Trabajo nocturno, 2010.

14 de abril de 2021

Resiste mucho, obedece poco

Walt Whitman, el poeta torrencial, también podía ser brevísimo, conciso y certero cuando lo deseaba, como en este poema premonitorio (toda la poesía es premonición, por eso nos conmueve tanto): 

A LOS ESTADOS

A los Estados, o a cualquiera de entre ellos, o a una ciudad cualquiera
de los estados, le digo: resiste mucho, obedece poco.
Una vez admitida la obediencia sin protesta, es la servidumbre total.
Una vez esclavizada totalmente, ninguna nación, Estado o Ciudad
de la tierra volverá a reconquistar su libertad.

Hojas de hierba, 1885.

13 de abril de 2021

Regresa (a Ithaka)

Como siempre, una cosa lleva a la otra. Hoy tampoco sabía muy bien sobre qué discurrir aquí y la asociación ilícita de pensamientos se dio más o menos así: «ayer fue lo mítico con Castillo... mitos... Grecia... ¡ya sé, Kavafis!» (en esos puntos suspensivos se resumen millones de sinapsis simultáneas e imperceptibles, quiero creer). Kavafis (o Cavafis y hasta Cavafy) es una de las tantas maravillas que nos regaló el siglo XX en cuestión de poesía. No lo he leído tanto como desearía a pesar de que, a diferencia de otros momentos, ya cuento con un par de libros suyos y una biografía muy reveladora que encontré, de pura casualidad, mientras estaba de vacaciones en Villa Carlos Paz (los hallazgos vacacionales son siempre así, espectaculares, increíbles y a precios irrisorios). Tendría que ponerme a leerlo con seriedad. ¡Pero hay tantos poetas a los que quisiera ponerme a leer con seriedad! ¡Y no sólo poetas, vive Dios! ¡Tantos asuntos requieren mi atención, a pesar de la pandecosa, del coronacuco, del sinsentido que nos atraviesa de parte a parte cada día! Y por supuesto que reconozco y agradezco como la bendición que es que tantos asuntos variopintos requieran mi atención, incluso en medio de este caos. Estoy pronta a decir que son de las pocas cosas que me están manteniendo en eje en este año. Patagonia siempre como Norte absoluto, los libros, mis lechónidas, este reflotado blog (bendito sea el momento en que se me ocurrió que sería una buena idea regresarlo desde donde fuera que estuviera), el tostón nostálgico y erótico que escribo cada noche recordando la bella figura y todos los amados padecimientos con el Depredador, y la aplicación en mi labor diaria son los obenques a los que me aferro cual Ismael naufragando con el Pequod en esta tormenta actual. Entonces, decía que a Kavafis no lo he leído tanto como quisiera, pero lo poco que he leído me alcanza para recomendarlo a viva voz en este y en todos los sitios (hablando de viva voz, si quieren escuchar «Ítaca» recitado en inglés por nada menos que Sean Connery, hagan clic acá)

REGRESA

Regresa con frecuencia y tómame,
amada sensación: regresa y tómame.
Cuando despierte el recuerdo en mi cuerpo,
y el antiguo deseo me recorra la sangre,
cuando los labios y la piel recuerden
y sienta aquellas manos que aún me tocan,
regresa con frecuencia, y tómame en la noche
cuando los labios y la piel recuerden.


ÍTACA

Si vas a emprender el viaje hacia Itaca
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencia, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones ni a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en loa emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperlas y coral, y ámbar y ébano,
perfúmenes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes;
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Itaca te enriquezca.
Itaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañará Itaca.
Rico en saber y vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Itacas.

12 de abril de 2021

Sólo lo más lejano perdura

Como hoy no sabía bien sobre qué escribir aquí (y recurrir al CdP original a veces me aburre, puesto que he notado que muchos de los poemas que copié entonces ya no resuenan en mí, por diferentes motivos: o bien eran poemas que sólo en ese momento tenían algún valor extrapoético ahora olvidado o bien son de autores ignotos en los que tampoco seguí buceando o bien los copié allí para no perderlos), me dije que una buena idea era dejarlo librado a la bibliomancia. Simplemente miré hacia la biblioteca que contiene todos los libros de y sobre poesía que hay en esta casa y el primero sobre el que mis ojos se posaron fue la Obra reunida del poeta platense Horacio Castillo. Inmediatamente recordé un poema suyo tan maravilloso como desgarrador y supe que el posteo de hoy estaba resuelto. 
Y así es. No me voy a explayar sobre Castillo porque me falta leerlo muchísimo. De hecho, una de las pocas cosas buenas del año pasado fue la edición de su Obra reunida por La Comuna, la editorial municipal, lo que constituye, para el panorama poético platense, un gol de media cancha en mi opinión. En vez de leer tanta pavada intrascendente y vacua mejor haríamos en leer a los grandes que ya no están pero que nos dejaron tamañas obras, como Castillo. Sobre lo que sí quiero explayarme (pero apenas un poquito) es sobre este poema, que leí al borde del llanto una vez más. Pienso que un día me voy a morir de poesía, tanto pueden conmoverme algunas de ellas, como esta. Y me conmueven, claro, porque siempre las leo en la misma clave, en la clave El depredador y su sonrisa, desde luego.

Si uno conoce el mito de Orfeo y Euridíce es todavía más hermosa y terrible, pero aún sin conocerlo ni tener noticia de él, la finura, la gracia y el preciso decir de Castillo no impiden apreciar su donosura y el terrible desgarro de sus protagonistas. Sólo para ponerlos en autos, Orfeo y Eurídice eran dos amantes esposos hasta que una serpiente mató a Eurídice y ésta fue a morar a los avernos, más precisamente al Hades. Orfeo, deshecho de dolor, se pone a tañer la lira de forma tan lastimera que los dioses griegos, siempre tan despiadados, por esta vez se apiadan y le permiten rescatar a su amada con una condición: no debe mirarla hasta que hayan salido por completo del báratro y ella esté completamente bañada por la luz. Impasible, Orfeo cumple pero en el minuto final no resiste más y se da vuelta para ver a Eurídice por fin, quien entonces desaparece frente a sus ojos para siempre. Hay desde luego otras versiones y este es apenas un resumen para que el poema se comprenda mejor, aunque insisto con que no es necesario. Sólo quería darme el gusto de contar, aunque fuera mínimamente, un mito griego. 
Entonces...

DICE EURÍDICE

La ansiedad me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías:
horror de que me vieras así, con este tocado de sombra,
el pelo sin brillo —el pelo, que el sol no se cansaba de dorar.
Terror también de que no fueras el mismo —el que permanecía en mi memoria—
y al mismo tiempo curiosidad por ver de nuevo un ser vivo.
Hace tanto que nadie venía por aquí,
tanto que nadie se llevaba un alma o un perro,
que cuando oí tus pasos y tu voz llamándome,
cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando a la vida.
Después tu calor me condensó, me secó como una vasija,
y caminé por el sombrío corredor
otra vez con aquella máquina atronadora dentro del pecho
y un carbón encendido en medio de las piernas.
Caminé de tu brazo, imaginando ya la luz,
los árboles junto a los cuales caminábamos,
aquella habitación llena de espejos
donde flotábamos como dos ahogados.
Hasta que de pronto tu paso se hizo nervioso,
tu pensamiento se espantó como un caballo,
y vi que tratabas de desprenderte de mí,
de librarte de la trampa de la materia mortal.
«No te vayas —supliqué— no me dejes aquí,
déjame ver de nuevo las nubes y el sol,
suéltame por el mundo como una potranca tracia».
Pero tú ya corrías hacia la salida,
y durante siete días y siete noches oí cómo llorabas,
cómo cantabas en la ribera del río infernal
nuestra vieja canción: «Lo lejano, sólo lo más lejano perdura».

Alaska, 1993.

11 de abril de 2021

Versitos, sólo versitos

El poeta Osvaldo Bossi tiene el buen tino de compartir estas reflexiones (suerte de artes poéticas) en su muro de Facebook cada tanto. Las dirige a Robin, como si fuera Batman el que habla, en una notable y bienvenida transgresión (que no otra cosa es la poesía según nos contara Susana Reisz de Rivarola en las clases de Teoría Literaria I hace ya tanto tiempo), dado que le quita así toda la pátina de solemnidad que estos dichos podrían tener y les imprime un toque pop de lo más interesante. Como estas alocuciones están perfectamente bien escritas, el mensaje llega y cada tanto las he compartido tanto en mi muro como en una de mis páginas de FB (Taller de Poesía, concretamente). Sin embargo, hoy compruebo con pesar que, según las estadísticas que brinda FB (en las que de todos modos mucho no confío, pero bueh...), nadie ha visto ni ha interactuado con la publicación en la que compartí esta excelente reflexión. A ver si por este medio hay más suerte, porque vale la pena leer esto, sobre todo para quienes están comenzando y a veces se les confunden un poco los tantos. 
Haga poesía, no haga ni «Arte» (en el sentido en que lo escribe Girondo en sus «Membretes») ni haga panfletos inflados de ideología bienpensante o políticamente correcta. Deje esas minucias que nada tienen que ver con la poesía para el lugar que correspondan. Le aseguro que la poesía no es.

VERSITOS, SÓLO VERSITOS

Robin, cuando leas un poema lleno de sentido, atravesado por alguna ideología, cerrá el librito y rajá para otro lado. O es falsa poesía, o poesía para que caigan los giles (ayer vi la película sobre Tita Merello y usa mucho esta palabra, graciosa y a la vez tan precisa). Los temas importantes, comprometidos, son así, Robin. Se llevan todos los aplausos, pero el lenguaje (que es la materia de la que están hechos los poemas) se empequeñece o sólo sirve para transportar enormes mamotretos. Al menos en poesía, sentido y forma van juntos, pero sobre todo el sentido es forma. Ni adorno, ni falsa belleza, sino la cristalización de una materia que, si se tiene suerte, al ser tocada por el lector, libera algo, y no al revés. ¡Madonna santa! ¡Finíshela con tanto mensaje! El compromiso político, como ciudadanos, es una cosa, y la poesía es otra, ¿no te parece? Si uno, por esos casuales tiene algo para decir, ¿por qué no lo dice directamente? Por ejemplo, si yo le quiero decir a un chico que me gusta, o yendo más lejos, que lo amo. En fin, si quiero que el mensaje le llegue, no escribo un poema, que dice siempre otra cosa e incluso lo contrario. Lo invito a tomar una cervecita o un café y que sea lo que Dios quiera. La poesía se nutre de la vida que nos rodea y de nosotros mismos, es cierto, ¡pero es poesía, Robin! No es «la verdad» revelada. Como dice mi querida Diana Bellesi, simples o complicados «versitos»... ¡Pero versitos, Robin, versitos, nada más! Me acuerdo de un poema que viene al caso, de Patrizia Cavalli, que dice así: «Alguien me ha dicho / que mis poesías / no cambiarán el mundo./ Yo les respondo que en verdad sí / que mis poesías / no cambiarán el mundo». ¿No es hermoso? Nada más ligero y más contundente que eso.

Facebook, 28 de noviembre de 2017.


9 de abril de 2021

Poesía pura (en prosa)

Postearé un material que ya he posteado en otro blog (aquí), sencillamente porque los recuerdos de Facebook me llevaron a él y decidí que era una buena idea difundirlo también aquí, dado que es de lo más poético (y terrible, en el sentido que los griegos daban a la palabra deinós) que he leído en mi vida. 
Los pongo en contexto: Francisco Umbral es uno de mis escritores españoles favoritos, sino el más favorito de ellos (y son muchos los escritores españoles que admiro, primero por haberlos frecuentado desde muy chica y luego ayudada por mi paso por Letras, de donde me llevé, para siempre, a Juan Goytisolo, por poner un ejemplo). A Umbral lo descubrí por mero azar en una mesa de saldos de una librería de la calle Corrientes (cuando la calle Corrientes era el epítome de la bohemia porteña y no el adefesio que es ahora, sin contar el agravante pandémico). No tenía ni la más pálida idea de quién era, pero dos cosas llamaron mi atención: primero su apellido (desde luego, falso, como me enteré muchos años después) y luego el título del libro con el que me topé entonces (su novela El Giocondo). 
A partir de ese momento (año 1995, calculo) me fui topando, siempre gracias al bendito azar, con muchos de sus libros. Parecía que siempre me estaban esperando porque uno tras otro iban apareciendo y yo los iba comprando, leyendo y atesorando con fervor. Mis paraísos artificiales es uno de mis favoritos, pues combina poesía y prosa de un modo que sólo Umbral podía lograrlo y lo cité bastante en el CdP original. Con el tiempo me enteré de que en España, además, era una suerte de celebridad literaria, que sus columnas/aguafuertes madrileñas eran muy leídas y comentadas y hasta fantaseé (una es así) con ir a España y conocerlo. Berretines, desde luego, porque además me resultó siempre facherísimo. 
Pero había un libro que nunca aparecía ni en las mesas de saldos ni en estante alguno así que un día, contraviniendo todas mis prácticas bibliómanas, condescendí a pedirlo, ya que tenía/tengo familiares viviendo en España y así llegó a mis manos esta dolorosa gema, titulada Mortal y rosa. No es un libro de fácil lectura, en ningún sentido. La temática es descoyuntante de entrada: relata la muerte de su hijo de apenas cinco años. No es ficción, es literatura del duelo, ahora que lo pienso, y del más alto vuelo lírico. La forma también desconcierta bastante: no es ni una novela ni un diario íntimo ni un poema en prosa y a la vez es todo eso junto y más. Es el largo llanto de un padre desolado, es la infinita despedida ante lo imposible de despedir, es el requiebro de un escritor intentando hacer lo único que sabe hacer (escribir), es un mazazo de poesía y dolor ineluctable. No sé si podría releerlo. Todos sus otros libros los he releído muchas veces, con el mismo entusiasmo y fervor de la primera vez pero ese... no sé, no creo que pueda tolerarlo, quizás algún lejano día. 


Así que hoy, en este día tan melancólico y propicio para lecturas de esas que nos dejan boqueando, vayan estos fragmentos que, para mí, son poesía pura (en prosa). Porque si alguien les dijo que la poesía sólo se puede escribir en verso les metió precisamente un ídem. No se dejen engañar, por favor. Y dejen que Umbral los envuelva con su escritura helicoidal: a pesar del desgarro lo disfrutarán. 

La carne no se deja literaturizar. A veces, si la cogemos distraída, es transparente y permite ver el hueso y la nada. Pero si hacemos esto con premeditación y miramos de reojo nuestra carne o la de otro hombre o mujer, se cierran filas, se armoniza la figura, se espesan los colores. La vida es opaca para la muerte. Gracias a eso vivimos.

La mujer quiere un poco de selva. La desnudez es la selva que llevamos aún en nosotros. La carne es el último paraíso perdido e imposible. Tiene que haber naturaleza en el cuerpo, boscosidad, porque el sexo es, ante todo, una recuperación de los orígenes, y esos cuerpos desnaturalizados por un exceso de cuidado y artificio han borrado de sí la selva. Ya no son nada.

La primera niñez, la época que perdemos de nuestra vida, de la que nunca sabemos nada, sólo se recupera con el hijo, con él vuelve a vivirse. Gracias al hijo podemos asistir a nuestra propia infancia, a nuestro propio nacimiento, y yo miraba aquellos ojos cerrados, aquel llanto rosáceo, y me veía a mí mismo, por fin, en el revés del tiempo. El niño, su debilísimo denuedo, su crueldad rosa, fe total en la vida, sin pasado ni futuro, presente completo, y cómo se ha ido abriendo paso a través del idioma, cómo ha ido abriendo frondas, formando palabras, y llega ya hasta mí, venido de la manigua que nos separaba, del bosque de los nombres y las letras, y está ya de este lado, habitante del alfabeto. Nunca llevamos a un niño de la mano. Siempre nos lleva él a nosotros, nos trae.

Los ojos pastan en el libro y a veces, al cerrar el libro, los ojos se quedan dentro, como hojas frescas, y ando ciego por la vida, sin ojos, sin ver el mundo, porque los ojos siguen mirando lo que han leído, se han enterrado en letra impresa.

Niño mío, hijo, fruta fugaz, manzana en el mar, siempre lo he dicho, milagro instantáneo, doblemente imposible, estoy aquí, en el desorden de tu ausencia, entre los colores, animales, objetos, hierros, ruedas y seres de tu mundo, tan muertos sin ti, juguetes de un sol solo que apenas los roza, y me mira tu ausencia desde todas las paredes, encarnas en fotografías cuando halago el tacto de la nada. No estás.

Antes, cuando era un escritor joven y responsable, quería describir minuciosamente las situaciones, los lugares. Luego comprende uno que basta con dar un olor o un color. Al lector le basta. Al lector le sirve esto mucho más. Dice Baroja de una calle que era larga y olía a pan. Ya está. Un largo olor a pan. Para qué más.

Y escribo, cada mañana, me siento a la máquina, dejo que fluidos oscuros, luminosidades de la noche asciendan a mí, y todo el torrente del idioma pasa a través de algo, de alguien, porque escribir es una cosa pasiva, receptiva, contra lo que se cree, así como leer es algo activo, creativo, voluntarista.

Quizá la literatura sea eso. Desaparecer en la escritura y reaparecer, gloriosamente, al ser leído. Por eso no hay que hacer demasiado evidente el esfuerzo del pensamiento al escribir. Para no entorpecer la resurrección de la carne que glorifica al autor cuando es leído.

Hay un hombre que ha querido hacerse su verdad y comunicárnosla. Hay un hombre que necesita afirmarse modificando el mundo, que necesita explicarse el mundo para explicarse a sí mismo. Hay un hombre que vive y muere en su libro, naufraga en el propio mar que él ha creado.

Gracias a la literatura he podido mantenerme al margen de los mercados del hombre, e incluso cuando más de cerca parece que toco el mundo con mi prosa, estoy salvado y lejano en el mero arte de escribir, en el mundo cerrado que es la literatura.

Abril, espuma verde bajo los pies breves de mi hijo, cadera femenina del mundo, costado pálido, idioma salvaje de la lluvia, lenguaje de todas las primaveras, caligrafía torrencial que deja dicho en el aire el secreto simple del universo.

Aquí, tu madre y yo, hijo, entre biombos, entre cocinas apagadas, entre anuncios, letra menuda y medicinas, qué solos, qué sin juntura, y el universo, hijo, el universo, que organizaba sus mayúsculas en torno de ti, y ahora es como el resto disperso de un naufragio.

Tu muerte, hijo, no ha ensombrecido el mundo. Ha sido un apagarse de luz en la luz. Y nosotros aquí, ensordecidos de tragedia, heridos de blancura, mortalmente vivos, diciéndote.

Toda la locuacidad del mundo me habla en tu silencio. Todo el silencio del mundo habla eternamente en tu adorable locuacidad.
Mortal y rosa, 1975.

8 de abril de 2021

Los neblíes de la sangre

Hay poemas que se nos quedan pegados por una palabra o por alguna expresión particular, ni siquiera por un verso completo. Hoy traigo uno de esos poemas que se me quedó pegado desde la primera vez que lo leí por una, para mí, extraña palabra, reproducida en el título de este posteo. Dada nuestra inmensa ignorancia, todos nos estamos preguntado qué demonios es un neblí, ¿verdad? Claro que sí y el diccionario, con su oficiosa paciencia de oráculo, nos dice que un neblí es, simplemente, un ave, más exactamente un halcón. Sin embargo, para mí, y acaso por la asociación que le imprime el verso, «los neblíes de la sangre son los rubíes con que esta se adorna cuando recorre el cuerpo de una poeta. No me pregunten de dónde saco cosa semejante, es lo que siempre me despertó ese maravilloso verso de la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou: «muertos ya los neblíes de la sangre». 
Una interpretación «recta» del verso podría decirnos que, en realidad, la poeta se refiere a la pérdida de los bríos juveniles que sobreviene con la edad (si asociamos neblíes = halcones con la idea de fuerza y juventud), pero en mi cabeza loca la interpretación siempre es que lo que se ha muerto allí es la propia sangre, su propia sustancia vital, su rojo impúdico que se ha tornado ya el más angustioso negro. Quizás esta interpretación viene a cuento de la desolación que campea en todo el poema, vaya uno a saber. La magia de la poesía reside justamente en que, mientras no nos vayamos demasiado del texto, admite numerosas, opuestas y asimétricas interpretaciones. Eso hace también que sea tan fascinante y que nunca defraude, porque además de abrir mundos a través de la palabra en la asfixiante estrechez del actual, permite llevar las cosas más allá y resignificarlas, que no otra cosa es, después de todo la metáfora (como siempre digo en la etimología está todo y «metáfora» en griego significa «trasladar, llevar más allá»). 



Habrá más poemas de Juana de América en este blog: la vengo leyendo desde muy chica y la siento más cercana en su poesía y su forma de ver el amor y el mundo que al 99% de mis contemporáneas. Así de anacrónica soy y ando por el mundo, con pandemia y todo. 


RUTA

Apaciguada estoy, apaciguada,
Muertos ya los neblíes de la sangre.
Silencio es, silencio,
El día que empezaba en jazmín suave.

Por otras calles voy, mucho más altas,
Bajo un gélido cielo de palomas.
Es limpio, enjuto, el aire que me roza
Y hay en el campo frías amapolas.

Serena voy, serena, ya quebradas
Las ardientes raíces de los nervios.
Queda detrás el límite
Y empieza el nuevo cielo.

Perdida, 1950.

7 de abril de 2021

El milagro de la poesía (y de la amistad)

No es un secreto para nadie que soy bibliófila. O, más bien, bibliómana, porque no tengo ese TOC de no dejar que nadie toque los libros ni ando persiguiendo ediciones raras (bueno, es un decir) ni gasto fortunas en... ehm, bueno, se entendió lo que quiero decir. Vivo entre libros desde mi más temprana adolescencia. En otro lado ya he hablado sobre mi primer libro leído casi motu proprio (pueden enterarse cuál fue aquí) y cómo de a poco se fue armando mi biblioteca. Desde el vamos aposté por los libros usados, no sólo porque eran más accesibles sino porque siempre cuentan más historias de las que efectivamente traen.
En estos tiempos pandémicos y horripilantes que nos toca transitar, los libros se volvieron todavía más indispensables en este hogar, a pesar de que ya casi no hay lugar donde ponerlos y de que ya no compro los libros que solía comprar. Sigo comprando usados, por supuesto, pero he variado mucho las temáticas, por diversas razones. Patagonia y todo lo que tenga que ver con el Atlántico Sur se volvió una obsesión que antes no existía, y con cada vez más ahínco compro libros de ciencia, sobre todo de divulgación científica, que es lo que mi menguado entendimiento puede asimilar con más facilidad. Y también me he decantado mucho, en los últimos tiempos, por los libros de historia argentina, también los de historia en general, las biografías y los libros que podríamos llamar "de curiosidades". Antes, por eso marco esto, solamente compraba literatura y, a lo sumo, como ñoña de Letras, libros de crítica y teoría literaria, alguna cosa medio rara y nada más. Y poesía, desde luego, toneladas de poesía. Pero de la literatura ya me cansé un poco o compro solamente los clásicos que aún me faltan y voy en búsqueda de otros mundos desconocidos e igual de fascinantes: ahora, por ejemplo, estoy leyendo un libro que relata novelescamente el nacimiento de la paleontología y los primeros estudios arqueo-geológicos, por así decirlo. El autor es un simpático señor francés que, como si se tratara de un cuento, va develando las historias detrás de los primeros hombres que se encontraron o bien con restos fósiles o bien con pinturas rupestres y empezaron a estudiarlos con detenimiento hasta convertir eso en sendas ciencias. Es tan fascinante como la mejor novela y antes, digamos hace diez o quince años, no se me hubiera ocurrido ni por las tapas comprar, mucho menos leer, un libro semejante.
Así las cosas, con toda la cuestión pandémica se impusieron las compras on line y el delivery de libros. Hoy fue día de recibir cajita con libros, una felicidad total para todas las habitantes de esta casa: para mí, por los libros, y para mis gatas, por la caja (no conozco gato alguno que no ame las cajas). Entre todas las maravillas que le compré a mi máximo librero de confianza (no se enojen los otros dos libreros de confianza, eh), el tío Alfred E. Vonnegut, vino además un librillo de regalo: Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, uno de los clásicos de Rainer María Rilke.
Y aquí vamos con lo que nos convoca en este blog: Rilke fue uno de mis primerísimos alimentos iniciáticos en la poesía gracias a una profesora del Colegio Nacional de Quilmes. Cuando supo de mis veleidades poéticas, tuvo el excelente tino de prestarme las Cartas a un joven poeta de Rilke, que todo aspirante a poeta, joven o no, debería leer obligatoriamente antes de siquiera sentarse a escribir la primera sílaba de un posible verso, pues allí lo tiene todo. De hecho, en el CdP original hay numerosas citas de las Cartas que ya transcribiré. La cosa es que me puse a hojear el librillo de regalo y me encontré con el recorte que ilustra este posteo delicadamente posado entre sus páginas, uno de esos regalos que nos hace el universo o la poesía o el arte cada tanto. Mejor dicho, cada vez que compramos un libro usado que, como dije, trae más historias que las que efectivamente trae. Transcribo las palabras de Rilke y me apresto a leer los Cuadernos de Malte... ni bien termine con la novela de la paleontología.
Así da gusto ser bibliómana y tener semejantes dealers amigos. 


EL MILAGRO DE LA POESÍA 
Los versos no son, como creen algunos, simples sentimientos: son experiencias. Para escribir un solo verso, hay que haber visto muchas ciudades, muchos hombres y muchas cosas; hay que conocer a los animales, hay que haber sentido el vuelo de los pájaros y saber qué movimientos hacen las flores pequeñas al abrirse por la mañana. Es necesario poder pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que uno veía llegar desde hace tiempo; en días de infancia que resultan todavía misteriosos; en los padres a los que se mortificaba cuando traían una alegría que no se comprendía (era una alegría hecha para otros); en enfermedades de infancia que comienzan tan extrañamente, con tan profundas y graves transformaciones; en días pasados en habitaciones tranquilas y recogidas, en mañanas al borde del mar, en el mismo mar, en mares, en noches de viaje que se agitaban muy alto y volaban con todas las estrellas. Y no es suficiente saber pensar en todo esto. Hace falta tener recuerdos de muchas noches de amor, cada una de ellas distinta de las otras, de gritos de parturientas y de paridas leves, blancas y durmientes, que se cierran. Es necesario también haber estado junto a los moribundos, es necesario haber permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación, con las ventanas abiertas, y los ruidos que irrumpen como golpes. Y tampoco basta tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la inmensa paciencia de esperar que vuelvan.
Los cuadernos de Malte Laurids Brigge

6 de abril de 2021

Carpe diem

[CdP] Se han dicho innumerables cosas sobre la traducción de poesía, en general de una lengua moderna a otra. Pero, ¿qué pasa con la traducción desde una lengua muerta a una presumiblemente viva? Cuando en la facultad cursé Latín, nos enseñaron a traducir lo más fielmente posible a Catulo, a Horacio, a Marcial (entre otros) y fue recién ahí cuando pude apreciarlos en todo su esplendor (aunque ya los conocía), porque pude meterme en sus poemas hasta donde mi sapiencia respecto del idioma original pudo acompañarme. En un volumen del CEAL de poemas de Horacio, escribí esta encendida diatriba en su primera página, a propósito de estas cuestiones: 

Aviso al futuro lector: La traducción de poesía es una tarea fundamentalmente inútil y desconsiderada, aunque fatalmente necesaria para al menos acercarse a todos los tesoros no escritos en lengua castellana. Siendo esto así, sería de desear que la traducción de la poesía, en este caso particular de la más excelsa poesía latina (junto con la de Catulo, a mi juicio, la de Horacio es la más sublime), fuera lo más ajustada y «pegada» posible al significado original de las palabras latinas. Pero, no sólo de las palabras sino también de los particulares construcciones sintácticas, que son francamente desterradas o inventadas en algunos pasajes de este librito. La señora A. G. aprendió a traducir latín con el enemigo, pues cae en innumerables errores que yo (recién estando en Latín II) no me puedo permitir cometer siquiera. Como nosotros en la cursada no vemos todas las Odas de Horacio, sino sólo algunas, ofrezco aquí la traducción «ajustada» (la traducción correcta o perfecta creo que no existe) de los poemas que hemos visto este año y proclamo alguna vez enmendar esta horrible falta de traducciones certeras, más aproximadas al sentido original (o el que suponemos con cierto fundamento que puede ser tal) de los términos y, sobre todo, sin groseros errores sintácticos y semánticos.

Copio entonces una de las odas más famosas, la I, 11, la del carpe diem, exacto. 

I, 11

Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi, quem tibi
finem di diderint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. Ut melius quicquid erit pati!
Seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam, 
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Thyrrenum, sapias, vina liques et spatio brevi
spem longa reseres. Dum loquimur, fuguerit invida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.

Odas

Cuya traducción «ajustada» según se vio en Latín II, curso 1998, es: 

Tú no indagues (saberlo es sacrílego) qué fin los dioses nos han dado a ti y a mí, ¡oh Leuconoe! (*) y no ensayes las cifras babilónicas (**). ¡Cuánto mejor [es] padecer cualquier cosa que sea! Si, o bien Júpiter te ha concedido muchos inviernos o bien el último, el cual debilita al mar Tirreno ahora en los escollos salientes, sé sabia, filtra tus vinos y recorta tu larga esperanza en un breve espacio [de tiempo]. En tanto que hablamos el tiempo envidioso habrá huido: atrapa el instante, en lo más mínimo te confíes al momento de mañana. 

Para suscitar la discusión, la traducción de A. G. es: 

Saberlo está vedado, no preguntes qué fin me darán los dioses, cuál te darán a ti, Leuconoe, y no interrogues a los números babilónicos. Mucho mejor es soportar lo que venga, ya sea que Júpiter te otorgue muchos inviernos, o bien te conceda este último que ahora debilita al mar Tirreno, entre las rocas que lo contienen. Ten juicio, filtra tus vinos y dosifica la esperanza larga en corto tiempo. Mientras hablamos el tiempo envidioso huyó: aprovecha el momento y cree lo menos que puedas en lo que vendrá. 

(*): Leuconoe, epíteto con el que el poeta se dirige a la destinataria del poema, es una conjunción de dos palabras griegas, leuco, que significa «blanco» y nous, mente, literalmente «mente en blanco» o «simplota». 
(**): no ensayes las cifras babilónicas, el poeta le sugiere a Leuconoe que no consulte los horóscopos y que en cambio viva el momento. 


Además de agregar las dos notas precedentes, agrego ahora lo siguiente: más allá de la evidente pedantería de mi «aviso al futuro lector» (recuerden que escribí estas cosas hace veinte años o más) y de la nunca cumplida promesa de contribuir con traducciones «ajustadas» de la poesía latina clásica al acervo universal (cosa que sí han hecho otros, por suerte), lo que planteaba allí es cierto. Cuando desconocemos el idioma de origen, necesariamente debemos confiar en que la traducción que estamos leyendo es certera, ajustada, lo más fiel posible. Ahora, cuando tenemos un cierto conocimiento de la lengua original la cosa empieza a complicarse, porque podemos observar todos los tropiezos, licencias y hasta errores que cometió el traductor, además de anotar que nosotros lo hubiéramos traducido así o asá. Por eso siempre pensé que lo mejor es leer a los poetas en su idioma original pero no siendo uno Picco della Mirándola esto puede complicarse bastante y si no fuera por las traducciones (buenas, malas o regulares) no hubiera conocido, por ejemplo, a mi amadísima Wislawa Szymborska. 
Ahora bien, volviendo a los nunca ponderados como se debe latinajos (dicho esto con todo cariño), creo que las cursadas de Latín fueron de mis momentos más felices en Letras. No solamente era una alucinación constante aprender sobre la historia de Roma sino que tener la posibilidad de traducir entre todos esos poemas tan maravillosos se me antojaba algo increíble, era de lo que más disfrutaba entonces. Tenía siempre las carpetas completas, me había aprendido de memoria para el final de Latín II todos los poemas correctamente escandidos y si no se me hubiera cruzado eso que algunos llaman «la vida», otros «el destino» y los romanos, justamente, el fatum, hubiera seguido con los latines hasta el final y me hubiera dedicado muy gustosa a ellos, siempre en compañía de Catulo, Horacio, Marcial y Cicerón en vez de los ancianos más severos y de los traductores que se arrogan el derecho de cercenar versos para no ofender a nadie, como hacen los actuales (!). 
Por último: poetas, si está a vuestro alcance, traduzcan poesía, es un ejercicio fenomenal, en todo sentido.

4 de abril de 2021

Dulce corazón mío de súbito asaltado

[CdP] También hay lugar aquí (¡y cómo no iba a haberlo!) para la sensualidad, el erotismo, el apasionado y delicado placer de, por ejemplo, querer ser...

CALVIN KLEIN UNDERDRAWERS

Fuera yo como nevada arena 
alrededor de un lirio, hoja de acanto, de tu vientre horma, 
o flor de algodonero que su nube ocultara 
el más severo mármol travertino. 
Suave estuche de tela, moldura de caricias 
fuera yo, y en tu joven turgencia 
me tensara. 
Fuera yo tu cintura, 
fuera el abismo oscuro de tus ingles, 
redondos capiteles para tus muslos fuera, 
fuera yo, Calvin Klein. 

Ellas tienen la palabra, 1997.



Acoto ahora que aquí no sólo habrá lugar para la sensualidad y el erotismo volcados en poesía sino que, en tiempos en los que todo parece indicar que está mal visto ser (relativamente) «normal» y principalmente «heterosexual», en este espacio yo reivindico la poesía celebratoria de los cuerpos, del amor, de los amantes y del más profundo erotismo. Reivindico, celebro y practico, hasta donde me es posible, la poesía que le canta a la cópula humana, que la exalta y engrandece, que la lleva a pináculos de asombro y deliquio, que no se priva de cantarle alabanzas a la excelsa coyunda, que pone ayes y aleluyas cuando un hombre y una mujer, plenos, ahítos de deseo uno por el otro, osan al fin fundirse en uno. Reivindico, celebro y ejecuto esa clase de poesía, como lo hice en mi Pequeño manual de anatomía masculina, bajo el influjo, claro que sí, de la española Anna Rossetti, entre otras muchas poetas que no temieron cantarle loas al hombre en momentos en que, parece, lo único permitido es la misandria más horripilante. Por eso aprovecho para sumar otro de sus maravillosos poemas y los invito a recorrer su obra. 

CHICO WRANGLER

Dulce corazón mío de súbito asaltado. 
Todo por adorar más de lo permisible. 
Todo porque un cigarro se asienta en una boca 
y en sus jugosas sedas se humedece. 
Porque una camiseta, incitante señala, 
de su pecho, el escudo durísimo, 
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale. 
Todo porque unas piernas, unas perfectas piernas, 
dentro del más ceñido pantalón, frente a mi se separan. 
Se separan. 

Anna Rossetti
Indicios vehementes, 1985.

3 de abril de 2021

Los poemas se escriben con palabras, no con ideas

La poesía y los poetas es el título de uno de los primeros libros sobre poesía que compré en mi vida. Más exactamente, según veo, en 1991. Tenía entonces apenas diecisiete años, pero cada vez que se me presentaba la oportunidad, compraba libros y, con cada vez mayor insistencia, libros de poesía o sobre poesía, como en este caso. Si bien entonces no había pasado de leer el Romancero gitano y algunos poemas sueltos en el colegio, vagamente ya comprendía que mi destino y mi vocación estaban allí, en esa cosa tan ilusoria y fantástica como es la poesía. Y procuraba acercarme, hacerme amiga, como si de un felino arisco se tratara, y creía que leyendo estos libros (y hasta peleándome con ellos, según veo ahora) iba a convencerla de mi interés. No hubiera hecho falta nada de esto, entiendo ahora, porque la poesía simplemente elige ella misma sus vehículos y estaba claro que a mí me había elegido (no puedo explicar cómo, simplemente era así), pero sí observo que mis intuiciones no me engañaban: si bien en ese entonces casi todos los poetas que escriben en este libro me eran completamente desconocidos (muchos de ellos aún lo siguen siendo, digamos todo), ahora sé que varios de ellos son de una importancia superlativa al menos en las letras nortamericanas, como Gregory Corso. Observo ahora también que el libro está profusamente subrayado y bastante comentado en los márgenes, aunque esos comentarios son de una lectura muy posterior, más aún, creo que fue durante la realizada para el CdP. Justamente, toda esta introducción es para compartir las opiniones del poeta norteamericano William Jay Smith, cuya obra poética desconozco con total prolijidad, pero cuyas impresiones (que copiaré a continuación extrayéndolas del CdP) comparto plenamente. Habrá más sobre este libro. 



[CdP] Más opiniones sobre la poesía: 

La variedad en la poesía, como en cualquier parte, lo representa todo. Constituye el condimento sin el cual el manjar resulta viscoso e insípido. El repetirse a sí mismo ad infinitum, como hacen inclusive algunos poetas modernos muy talentosos me parece algo semejante a encerrarse en la cocina llena de olores rancios, desagradables. Siempre he creído en el dicho de Jean Cocteau de que el artista debe descubrir lo que puede hacer y hacer algo completamente distinto. El poeta debe aventurarse siempre, probar cosas nuevas.

La siguiente anécdota la contaba el profesor Cowes por lo menos cada clase y media en los teóricos de Teoría Literaria, tanto I como II: 

... la historia de Degas que, excitado, llevó algunos poemas que había escrito para enseñárselos al poeta Mallarmé. En ellos el pintor había intentado traducir todo el placer que le producían las bailarinas y los caballos de raza, y cuando el poeta vaciló en dar su aprobación, el artista protestó diciendo que, después de todo, había comenzado los poemas con ideas muy buenas. Mallarmé replicó, desde luego, que los poemas se escriben con palabras, no con ideas.

Finalmente: 

... todas las obras de arte deben poseer su misterio y que, si bien los poemas pueden desarmarse como relojes, cuando se los vuelve a armar aun pueden no quedar explicados. Conservan, emiten, como dijo García Lorca refiriéndose a lo que debía ocurrir con toda gran obra de arte, sus «sonidos negros». Esta, según parece, constituye la resonancia que posee toda gran poesía: ese insondable misterio de la psique al que sólo podemos acercarnos con reverencia y amor.

Poets on poetry

P. D.: Dejo el título en inglés del libro porque la traducción castellana siempre me pareció desacertada. No es «la poesía» y «los poetas» por su lado, como da a entender, sino que es los poetas hablando de/sobre la poesía. Es una diferencia sustancial que nunca comprendí muy bien cómo o por qué se les pasó a sus traductores.

2 de abril de 2021

Soldados

En general, deploro la poesía de ocasión. Con "poesía de ocasión" me refiero a esos poemas compuestos para celebrar algún suceso digno de ser recordado, poemas generalmente escritos inmediata o simultáneamente con el hecho en cuestión. Suele ser uno de los usos más arraigados de la poesía, que se puede rastrear hasta el origen mismo del género lírico con Píndaro y sus Odas, por decir algo. A mí, salvo unas pocas y gloriosas excepciones, suele parecerme siempre una reverenda porquería, un uso espurio de la poesía, una función que no le es connatural, un forzamiento, no sé. Posiblemente exagero, pero en general pienso esto. Me ponen de muy mal humor esos textos que circulan con la velocidad del rayo en Facebook luego de algún acontecimiento ominoso, como si sus autores estuvieran siempre esperando que ocurra alguna desgracia para ir y escribir unos versos. Alguna vez dije esto en mi muro y muchos amigos y colegas me saltaron a la yugular, para variar. Está bien. Son puntos de vista. Yo prefiero, en todo caso, que la poesía nazca del asombro, de la contemplación y de una larga templanza del dolor, en lugar de que sea un espasmo violento ocasionado por la tristeza, por las injusticias o por la luctuosidad de ciertos acontecimientos. También es cierto que en muchas ocasiones la angustia es tan galopante ante lo que ocurre que sólo escupiendo versos o ristras de palabras que se asemejen a ellos se puede lograr un mínimo de paz. Lo entiendo. Es escritura terapéutica y no tiene nada de malo, pero no sé si es lícito hacerla pasar por poesía sin más. Sin dejar que decante, que quede lo esencial y se diluya lo superfluo de la emocionalidad y el grito. Muchas veces es sumamente complicado distinguir una cosa de otra, poder decir cuándo lo terapéutico puede llegar a un nivel literario, etcétera. Entramos ya en las finas disquisiciones de la teoría y la crítica literaria que tanto espantan (y con razón) a los profanos. Para no seguir yéndome por las ramas, retomo: la poesía de ocasión suele caerme mal, salvo, insisto, excepciones.




Precisamente esta es una excepción. No sólo porque es un hermoso y tristísimo poema que resume toda una tragedia en un brevísimo espacio sino porque además forma parte de un poemario igual de hermoso y triste que fue trabajado años y años y que nunca se dejó llevar por el mero espontaneísmo o la mera efusión. Y tiene, además, el agregado de haber sido escrito por alguien que estuvo allí, que lo vivió y que no, no se lo contaron. En tiempos en que la desmalvinización cunde y en que quieren convencernos de que no estamos en guerra (nunca dejamos de estar en guerra, digan lo que digan) es hora de levantar esta bandera más alta que nunca. 
Malvinas argentinas siempre. Gloria y honor a los veteranos y caídos en la guerra de Malvinas.

Cuando cayó el soldado Vojkovic 
dejó de vivir el papá de Vojkovic 
y la mamá de Vojkovic y la hermana 
También la novia que tejía 
y destejía desolaciones de lana 
y los hijos que nunca llegaron a tener 
Los tíos los abuelos los primos 
los primos segundos 
y el cuñado y los sobrinos 
a los que Vojkovic regalaba chocolates 
y algunos vecinos y unos pocos 
amigos de Vojkovic y Colita el perro 
y un compañero de la primaria 
que Vojkovic tenía medio olvidado 
y hasta el almacenero 
a quien Vojkovic 
le compraba la yerba 
cuando estaba de guardia 

Cuando cayó el soldado Vojkovic 
cayeron todas las hojas de la cuadra 
todos los gorriones todas las persianas

Soldados, 2009.

P. D. del 31/05/2021: Es la tercera vez que tengo que reponer la imagen. Me pregunto si hay algún algoritmo al que le molestan las imágenes de Malvinas, sólo porque soy muy desconfiada y malpensada. Espero que simplemente se trate de una coincidencia... porque seguiré poniendo imágenes de Malvinas todas las veces que haga falta. Actualización del 02/04/2022: repongo la imagen por cuarta vez. Hartante ya.