23 de abril de 2021

Escucho con mis ojos a los muertos

Día del Libro. Ya dije en otro lugar que no soy muy adepta al «día de...» pero en algunas ocasiones estos supuestos días de resultan una excelente excusa para hablar sobre algunas cuestiones. Ya he hablado también de mi bibliomanía (en el posteo ya citado y en otros). Ya he hablado, incluso, de mi primer libro, en el sentido de mi primer libro leído y degustado con fascinación inagotable. Ya he, incluso, como verán si se dirigen al primer posteo citado, puesto este mismo poema en circulación, pero qué importa. Es otro de mis padres nutricios y su poesía debería leerse en todo tiempo y lugar, sin tasa alguna. No obstante, antes de compartirlo me gustaría agregar que así como no concibo la vida sin música (lo cual constituiría un error, como ya dijo —o dicen que dijo— Nietzsche), tampoco la concibo sin libros, esa extensión de nuestro «celebro», como dijera Borges (y Cervantes). Es por eso que incluso al día de hoy la tecnología del libro es insuperable y no hay lugar para las diatribas acerca de su pregonada desaparición que todavía nos encendían hace algunos años. Que se publica una cantidad infernal de bazofia es indiscutible. Que probablemente el 70 u 80 % de lo que se publica no debería publicarse, por numerosas razones, también. Que hay pillos, pillastres y toda clase de bandidos en el mundo editorial, también. Pero que así y todo los libros siguen siendo el mejor refugio cuando la realidad nos obsede (y cuando no también) y que no hay vehículo mejor ni más adaptable para el saber es indudable. 
Y ahora vayamos al poema que ya compartí hace 11 años y que vuelvo a compartir, pero esta vez con un poco de análisis, si gustan acompañarme: 

DESDE LA TORRE

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas, que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadoras,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la emprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.

Parnaso español, 1648.

Estamos frente a un poema conceptista. Barroco y conceptista, para más datos, aunque no de los más intrincados y opacos, dado que es un poema celebratorio, suerte de ofrenda. Es, además, un soneto, la forma poética preferida del Barroco, si bien no la única. Los conceptistas, entre quienes Quevedo es uno de sus máximos exponentes, sino el máximo, procuraban decir mucho con muy poco y apelaban, ante todo, a la ingeniosidad en los conceptos y en sus vinculaciones. Prueba de ello son los versos sinestésicos de las primeras dos estrofas, en los que constantemente unos sentidos se trocan con otros y así el poeta nos dice que «escucha con los ojos» (es decir, lee) a los muertos o bien que «vive en conversación» (otra forma de apelar a la lectura) también con los que ya se han ido (pero cuyas obras quedan sólidamente guardadas en esos artefactos llamados «libros»). Como siempre en el Barroco, además, aparece la obligada referencia a la fugacidad del tiempo y de la vida («en fuga irrevocable huye la hora»), pero como bien sabemos ningún tiempo es perdido ni huye a sitio alguno si lo pasamos con un libro. Ese señor Joseph allí mencionado era, como se supo luego con el correr de las centurias, algo así como el editor de Quevedo y es a quien el poema le está dedicado, ya que el poeta se hallaba recluido en la Torre de Juan Abad, de allí entonces su título. Este poema me encanta y representa tanto porque siempre sentí que era eso lo que ocurría al leer: uno se retira de este mundo y todas sus maquinaciones para ir a conversar con los que ya no están o los que fueron ciertos muchísimo antes que nosotros y su conversación siempre es fecundante, plena, fabulosa. Los libros nunca defraudan, acompañan, protegen, alumbran, iluminan, dulcifican, enseñan y por si todo esto fuera poco nos dan nuestras verdaderas alas. 

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