22 de abril de 2021

Siempre otoño

Hora de volver a esta burbuja coronacoso-free luego de algunos días lejos, por diversos motivos. 
Otro de los grandes tópicos de la poesía (ya me he referido al tópico «gatos») es el otoño. Curiosamente, al menos en mi percepción, son más y más hermosos los poemas dedicados al otoño que a la primavera, siendo que ésta es, como todos sabemos, la estación de las flores, los pájaros y el verde renaciente. El otoño fue, también (como pasó con los amados gatos), el tema de uno de los números especiales de La Granda Milito, aquel boletín literario electrónico que tantas felicidades nos deparó a sus editores en los inicios de este siglo. Allí nos dimos cuenta de la cantidad inmarcesible de poemas (y los más variados textos) que hacían referencia al otoño y, por mi parte, siempre con mi alma de antóloga ingobernable, seguí juntando poemas sobre el otoño incluso muchos años después de haber publicado el último número de LGM. Algún día armaré esas antologías poéticas con las que siempre sueño (y para las que voy guardando esos poemas). 


Mientras tanto, uno de esos poemas con los que me crucé a la vuelta de los años, de una poeta nicaragüense, muy amiga de Cortázar (razón suficiente para aunque más no sea pispearla) que, una vez más, apela a la más rotunda sencillez para decir lo suyo y se deja de vacuidades y zarandajas inanes. Seamos más como Claribel y menos como Nico Andreoli y otros esperpentos calcinados y escupidos por la repugnante posmodernidad.

OTOÑO

Has entrado al otoño
me dijiste
y me sentí temblar
hoja encendida
que se aferra a su tallo
que se obstina
que es párpado amarillo
y luz de vela
danza de vida
y muerte
claridad suspendida
en el eterno instante
del presente.

Claribel Alegría

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