28 de marzo de 2010

De la musique avant tout les choses

Hoy, que me estoy recuperando del mal trago que pasé anoche (ver aquí), prefiero copiar un poema que originalmente no figuraba en el Cuaderno de Poesía. No porque no lo conociera a Verlaine sino porque aún no había llegado hasta este poema en particular. El Cuaderno de Poesía era, como todos los proyectos de los poetas desaforados, infinito, interminable, imposible. Uno de sus tantos propósitos no declarados explícitamente era oficiar también de compendio de artes poéticas, una de las prácticas que más me gustan dentro de la poesía. Cada quien tiene la propia y si no la tiene, no debe ser muy buen poeta que digamos... La de Vicente Huidobro es una de mis favoritas pero considero que ésta, sin duda alguna, tiene que ser la primera: 

ARTE POÉTICA

La música antes que todo sea,
y el Impar vago para ello busca,
el Impar libre por el espacio,
sin que le manche cosa ninguna.

No es necesario que tus palabras
con minuciosa propiedad luzcan:
son aún más gratos los versos grises
que a lo Indeciso lo Exacto juntan; 

sus ojos grandes detrás de velos,
son temblorosos soles que alumbran,
son en un cielo de otoño tibio
azul enjambre de estrellas puras.

Así buscando el matiz débil,
¡siempre matices! ¡el color nunca!
¡Oh, el matiz sólo desposar logra 
sueños con sueños y alma con música!

¡Lejos, muy lejos, Chiste asesino,
ingenio fútil y risa impura,
todo ese ajo de ruin cocina
el que los ojos del Azul nubla!

¡A la elocuencia retuerce el cuello!
Continuamente, con mano ruda
ten a la rima bien dominada; 
¡cómo te arrastra si te descuidas!

¿Quién de la Rima dirá los males?
¿Qué niño sordo, qué negra estúpida
forjó este dije de baratillo
que suena a hueco cuando se usa?

¡Música empero, música siempre!
Sea tu canto cosa que suba
desde tu alma que de otros cielos
y otros amores camina en busca. 

Tu canto sea la profecía
que va extendiendo la brisa húmeda
por la mañana sobre los campos...
Y el resto es todo literatura.

Traducción: E. Marquina y L. de Zulueta. 

21 de marzo de 2010

Baldomero

Cito del Cuaderno de Poesía y luego amplío ligeramente: 

Esto de copiar poemas no es nada nuevo. Lo debe haber hecho todo el mundo. No intento vanagloriarme de esto, pero sí me sorprendo. Recordé cuál fue el primer poema (que vaya a saber uno por qué fue este y no otro) que copié en mi diario íntimo cuando sólo tenía siete años y creo que es más que justo que hoy esté aquí también. 

Addenda del 21/03/2010: Sí, a los siete años ya tenía un diario íntimo. Lectora y escritora precoz, ya lo ven. El diario era un cuadernito precioso, con tapas duras decoradas con dibujos similares a los de Sarah Kay, que me había regalado mi padre no recuerdo en ocasión de qué. Sus hojas eran rosas y en la tapa decía Poetry book. Todo un presagio, un designio, un destino que se cumplió y se volvió mi vida misma. Anotaba cosas muy sencillas, acordes a mi edad, en general relacionadas con el colegio pero también con algunos dolorosos eventos familiares. Sospecho que copié el poema de Baldomero porque se encontraba en algún manual del colegio o algo por el estilo. No había, que yo recuerde, libros de poesía en mi casa pero yo ya tenía la poesía conmigo. 

ACACIAS

¡Oh doradas acacias
de agosto y de septiembre!
¡Oh fino polvo de oro
sobre las copas verdes!

Yo creo que de noche
las estrellas descienden
a posarse en vosotras
y luego, con la aurora, resplandecen.

Con esta primavera
mi corazón no sabe lo que tiene,
y así, va repitiendo
una misma canción, como las fuentes.

¡Oh doradas acacias
de agosto y de septiembre!
¡Oh fino polvo de oro
sobre las copas verdes!

Baldomero Fernández Moreno
Intermedio provinciano

14 de marzo de 2010

El albatros

Lo que sigue inauguraba mi Cuaderno de Poesía y dice así: 

No podía empezar de otra manera. Después, puede venir todo en cualquier orden pero el primero, inexpugnablemente, debe ser él. Porque yo no entendía nada de nada aún y había leído muy poca poesía, pero ya sabía que lo tenía que leer a él. Una tarde de verano, en una librería de Quilmes, en lo alto de un estante estaba esta edición y mi mano se alzó veloz, lo tomó y nunca más lo soltó. Creo que nunca he prestado este libro, yo que presto libros casi sin discusión. Pero éste no. Y creo que no lo hacía ni lo hago porque en él está mi más puro yo. Todos (sí, todos, acabo de comprobarlo) sus poemas están marcados, subrayados, tildados, llenos de rayas de grafito más gruesas o más finas que indican distintos lápices, distintos años, distintas procedencias pero una misma pasión, locura y devoción. Copiaré ahora un poema-emblema pero volveré a copiar muchos otros poemas, porque no creo que ni antes ni después se haya escrito un libro de poemas mejor que éste y ojalá quede aquí demostrado. La traducción no es buena, pero es bastante fiel por lo que pude ir averiguando con los años. Alguna vez hablaré del profesor Cowes, de mi final de Teoría Literaria I y de su insistencia en que leyéramos a este insigne poeta. También del horror que sentí en la clase de Literatura Francesa, al comprobar que ese no era el autor que yo había leído en mi más tierna edad. Sea. 

EL ALBATROS

Por divertirse, a veces, suelen los marineros
cazar albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, de su viaje lánguidos compañeros, 
al barco en los acerbos abismos de los mares. 

Pero sobre las tablas apenas los arrojan,
esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas míseramente aflojan,
y las dejan cual remos caer a sus costados.

¡Qué burdo es y qué débil ese viajero alado!
Él, antes tan hermoso, ¡qué cómico en el suelo!
¡Con una pipa uno el pico le ha quemado,
remeda otro, renqueando, del inválido el vuelo!

El Poeta es como ese príncipe del nublado
que puede huir de las flechas y el rayo frecuentar;
en el suelo, entre ataques y mofas desterrado,
sus alas de gigante le impiden caminar.

Las flores del mal