6 de abril de 2021

Carpe diem

[CdP] Se han dicho innumerables cosas sobre la traducción de poesía, en general de una lengua moderna a otra. Pero, ¿qué pasa con la traducción desde una lengua muerta a una presumiblemente viva? Cuando en la facultad cursé Latín, nos enseñaron a traducir lo más fielmente posible a Catulo, a Horacio, a Marcial (entre otros) y fue recién ahí cuando pude apreciarlos en todo su esplendor (aunque ya los conocía), porque pude meterme en sus poemas hasta donde mi sapiencia respecto del idioma original pudo acompañarme. En un volumen del CEAL de poemas de Horacio, escribí esta encendida diatriba en su primera página, a propósito de estas cuestiones: 

Aviso al futuro lector: La traducción de poesía es una tarea fundamentalmente inútil y desconsiderada, aunque fatalmente necesaria para al menos acercarse a todos los tesoros no escritos en lengua castellana. Siendo esto así, sería de desear que la traducción de la poesía, en este caso particular de la más excelsa poesía latina (junto con la de Catulo, a mi juicio, la de Horacio es la más sublime), fuera lo más ajustada y «pegada» posible al significado original de las palabras latinas. Pero, no sólo de las palabras sino también de los particulares construcciones sintácticas, que son francamente desterradas o inventadas en algunos pasajes de este librito. La señora A. G. aprendió a traducir latín con el enemigo, pues cae en innumerables errores que yo (recién estando en Latín II) no me puedo permitir cometer siquiera. Como nosotros en la cursada no vemos todas las Odas de Horacio, sino sólo algunas, ofrezco aquí la traducción «ajustada» (la traducción correcta o perfecta creo que no existe) de los poemas que hemos visto este año y proclamo alguna vez enmendar esta horrible falta de traducciones certeras, más aproximadas al sentido original (o el que suponemos con cierto fundamento que puede ser tal) de los términos y, sobre todo, sin groseros errores sintácticos y semánticos.

Copio entonces una de las odas más famosas, la I, 11, la del carpe diem, exacto. 

I, 11

Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi, quem tibi
finem di diderint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. Ut melius quicquid erit pati!
Seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam, 
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Thyrrenum, sapias, vina liques et spatio brevi
spem longa reseres. Dum loquimur, fuguerit invida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.

Odas

Cuya traducción «ajustada» según se vio en Latín II, curso 1998, es: 

Tú no indagues (saberlo es sacrílego) qué fin los dioses nos han dado a ti y a mí, ¡oh Leuconoe! (*) y no ensayes las cifras babilónicas (**). ¡Cuánto mejor [es] padecer cualquier cosa que sea! Si, o bien Júpiter te ha concedido muchos inviernos o bien el último, el cual debilita al mar Tirreno ahora en los escollos salientes, sé sabia, filtra tus vinos y recorta tu larga esperanza en un breve espacio [de tiempo]. En tanto que hablamos el tiempo envidioso habrá huido: atrapa el instante, en lo más mínimo te confíes al momento de mañana. 

Para suscitar la discusión, la traducción de A. G. es: 

Saberlo está vedado, no preguntes qué fin me darán los dioses, cuál te darán a ti, Leuconoe, y no interrogues a los números babilónicos. Mucho mejor es soportar lo que venga, ya sea que Júpiter te otorgue muchos inviernos, o bien te conceda este último que ahora debilita al mar Tirreno, entre las rocas que lo contienen. Ten juicio, filtra tus vinos y dosifica la esperanza larga en corto tiempo. Mientras hablamos el tiempo envidioso huyó: aprovecha el momento y cree lo menos que puedas en lo que vendrá. 

(*): Leuconoe, epíteto con el que el poeta se dirige a la destinataria del poema, es una conjunción de dos palabras griegas, leuco, que significa «blanco» y nous, mente, literalmente «mente en blanco» o «simplota». 
(**): no ensayes las cifras babilónicas, el poeta le sugiere a Leuconoe que no consulte los horóscopos y que en cambio viva el momento. 


Además de agregar las dos notas precedentes, agrego ahora lo siguiente: más allá de la evidente pedantería de mi «aviso al futuro lector» (recuerden que escribí estas cosas hace veinte años o más) y de la nunca cumplida promesa de contribuir con traducciones «ajustadas» de la poesía latina clásica al acervo universal (cosa que sí han hecho otros, por suerte), lo que planteaba allí es cierto. Cuando desconocemos el idioma de origen, necesariamente debemos confiar en que la traducción que estamos leyendo es certera, ajustada, lo más fiel posible. Ahora, cuando tenemos un cierto conocimiento de la lengua original la cosa empieza a complicarse, porque podemos observar todos los tropiezos, licencias y hasta errores que cometió el traductor, además de anotar que nosotros lo hubiéramos traducido así o asá. Por eso siempre pensé que lo mejor es leer a los poetas en su idioma original pero no siendo uno Picco della Mirándola esto puede complicarse bastante y si no fuera por las traducciones (buenas, malas o regulares) no hubiera conocido, por ejemplo, a mi amadísima Wislawa Szymborska. 
Ahora bien, volviendo a los nunca ponderados como se debe latinajos (dicho esto con todo cariño), creo que las cursadas de Latín fueron de mis momentos más felices en Letras. No solamente era una alucinación constante aprender sobre la historia de Roma sino que tener la posibilidad de traducir entre todos esos poemas tan maravillosos se me antojaba algo increíble, era de lo que más disfrutaba entonces. Tenía siempre las carpetas completas, me había aprendido de memoria para el final de Latín II todos los poemas correctamente escandidos y si no se me hubiera cruzado eso que algunos llaman «la vida», otros «el destino» y los romanos, justamente, el fatum, hubiera seguido con los latines hasta el final y me hubiera dedicado muy gustosa a ellos, siempre en compañía de Catulo, Horacio, Marcial y Cicerón en vez de los ancianos más severos y de los traductores que se arrogan el derecho de cercenar versos para no ofender a nadie, como hacen los actuales (!). 
Por último: poetas, si está a vuestro alcance, traduzcan poesía, es un ejercicio fenomenal, en todo sentido.

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