3 de abril de 2021

Los poemas se escriben con palabras, no con ideas

La poesía y los poetas es el título de uno de los primeros libros sobre poesía que compré en mi vida. Más exactamente, según veo, en 1991. Tenía entonces apenas diecisiete años, pero cada vez que se me presentaba la oportunidad, compraba libros y, con cada vez mayor insistencia, libros de poesía o sobre poesía, como en este caso. Si bien entonces no había pasado de leer el Romancero gitano y algunos poemas sueltos en el colegio, vagamente ya comprendía que mi destino y mi vocación estaban allí, en esa cosa tan ilusoria y fantástica como es la poesía. Y procuraba acercarme, hacerme amiga, como si de un felino arisco se tratara, y creía que leyendo estos libros (y hasta peleándome con ellos, según veo ahora) iba a convencerla de mi interés. No hubiera hecho falta nada de esto, entiendo ahora, porque la poesía simplemente elige ella misma sus vehículos y estaba claro que a mí me había elegido (no puedo explicar cómo, simplemente era así), pero sí observo que mis intuiciones no me engañaban: si bien en ese entonces casi todos los poetas que escriben en este libro me eran completamente desconocidos (muchos de ellos aún lo siguen siendo, digamos todo), ahora sé que varios de ellos son de una importancia superlativa al menos en las letras nortamericanas, como Gregory Corso. Observo ahora también que el libro está profusamente subrayado y bastante comentado en los márgenes, aunque esos comentarios son de una lectura muy posterior, más aún, creo que fue durante la realizada para el CdP. Justamente, toda esta introducción es para compartir las opiniones del poeta norteamericano William Jay Smith, cuya obra poética desconozco con total prolijidad, pero cuyas impresiones (que copiaré a continuación extrayéndolas del CdP) comparto plenamente. Habrá más sobre este libro. 



[CdP] Más opiniones sobre la poesía: 

La variedad en la poesía, como en cualquier parte, lo representa todo. Constituye el condimento sin el cual el manjar resulta viscoso e insípido. El repetirse a sí mismo ad infinitum, como hacen inclusive algunos poetas modernos muy talentosos me parece algo semejante a encerrarse en la cocina llena de olores rancios, desagradables. Siempre he creído en el dicho de Jean Cocteau de que el artista debe descubrir lo que puede hacer y hacer algo completamente distinto. El poeta debe aventurarse siempre, probar cosas nuevas.

La siguiente anécdota la contaba el profesor Cowes por lo menos cada clase y media en los teóricos de Teoría Literaria, tanto I como II: 

... la historia de Degas que, excitado, llevó algunos poemas que había escrito para enseñárselos al poeta Mallarmé. En ellos el pintor había intentado traducir todo el placer que le producían las bailarinas y los caballos de raza, y cuando el poeta vaciló en dar su aprobación, el artista protestó diciendo que, después de todo, había comenzado los poemas con ideas muy buenas. Mallarmé replicó, desde luego, que los poemas se escriben con palabras, no con ideas.

Finalmente: 

... todas las obras de arte deben poseer su misterio y que, si bien los poemas pueden desarmarse como relojes, cuando se los vuelve a armar aun pueden no quedar explicados. Conservan, emiten, como dijo García Lorca refiriéndose a lo que debía ocurrir con toda gran obra de arte, sus «sonidos negros». Esta, según parece, constituye la resonancia que posee toda gran poesía: ese insondable misterio de la psique al que sólo podemos acercarnos con reverencia y amor.

Poets on poetry

P. D.: Dejo el título en inglés del libro porque la traducción castellana siempre me pareció desacertada. No es «la poesía» y «los poetas» por su lado, como da a entender, sino que es los poetas hablando de/sobre la poesía. Es una diferencia sustancial que nunca comprendí muy bien cómo o por qué se les pasó a sus traductores.

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