23 de marzo de 2021

Gracias a Dios lo conociste

Debe ser cosa e' Mandinga.
Al igual que en su primera encarnación, esto lo voy haciendo sobre la marcha. No tengo nada planeado, no sé qué voy a postear cada día (hasta ahora es cada día, pero no cantemos victoria; si algo me ha enseñado tener varios blogs es que mantener la frecuencia, cualquiera sea, es un reto poco menos que imposible), no pienso nada por adelantado pero hoy, es decir, hace un rato, estaba pensando que si en los recuerdos de Facebook (no hay día que no los mire) no aparecía ningún poema digno de figurar aquí, una salida elegante podía ser analizar el poema que le da título a la versión mejor armada (pero no definitiva) de mi novela autobiográfica, El depredador y su sonrisa
Este tan adecuado título para la novela de mis días (porque él siempre fue un depredador y yo su presa, aunque pudimos haber intercambiado roles subrepticiamente alguna vez... y porque su sonrisa siempre fue, es y será devastadora) fue extraído de un poema de un poeta colombiano con el que me crucé hace algunos años en algún vericueto de la red, no recuerdo ya cuál, sepan disculpar. El caso es que lo leí y quedé completamente impactada: el poema resumía, magistralmente, lo que yo había vivido con él, con el único «él» posible, con la Primera Causa no Causada, con el origen y recipiente de todos mis poemas (sí, todos, para qué engañarse), con quien a partir de entonces fue llamado, sin él saberlo (o quizás atisbándolo en mi muro), el Depredador. 
Y así lo llamo en mi muro cada vez que algo me lo recuerda y así lo llamé en varios posteos de Curvas y Desvíos (mi supuesto blog «oficial») y así le digo incluso a veces para mi coleto, aunque su sobrenombre real sea otro y su nombre verdadero desfile en ocasiones en nocturnas y desesperadas búsquedas en Google. 
El caso es que a pesar de haber llegado a una versión casi definitiva de la novela, luego de aproximadamente quince intentos o más, el 31 de diciembre del 2019, acaso presintiendo el cimbronazo universal que se venía, decidí que debía escribir todo de nuevo, pero no ya en forma «novelada» sino a modo de crónica o diario íntimo, que parece es lo que mejor se me da (seguro hay quien opina que no, pero no intenten convencerme, mi ascendente en Tauro lo impedirá prestamente). Y a esa tarea estoy abocada, con las lagunas, tropiezos, enojos, nostalgias, ansias, poemas y ridículas cursilerías del caso, más todo el azote pestilente que nos soflama desde hace un año. Allí, en esas páginas, hice el análisis del poema en cuestión, el mismo poema que hoy saltó, como una liebre en el erial, entre los recuerdos de Facebook. Por eso digo que es cosa de Mandinga. 
Creer o reventar.
Mejor creer y leer este poema perfecto, que sintetiza no sólo mi amor irrenunciable por él, sino cualquier amor que se precie de tal. Gracias a Dios lo conociste, como me digo siempre. Incluso con todo lo que duele ahora la distancia, el olvido que nunca llega y los fulgurantes recuerdos que nunca dejan de esplender en la noche oscura del alma, incluso con todo eso, y tanto más, lo conocí. Tuve esa primavera en el alma que no se borrará jamás y que nadie jamás podrá opacar siquiera. 

TATUAJE

El amor y su llaga física.
El que saca de quicio.
El que te lleva a pensar
si es cierto lo que hasta ahora viviste.

El orgulloso y el rídiculo.
El brutal amor
volviendo todo lícito:
traición, engaño, mentira.

El depredador y su sonrisa.
El que te marcó de por vida.
Gracias a Dios lo conociste.

Poesía reunida

1 comentario:

pedro dijo...

ahora no quiero comentar nada.