12 de mayo de 2021

Como un río que corre

Hoy no sabía bien para dónde rumbear aquí, cuando los recuerdos de Facebook sacaron de su caldero mágico esta nota que reproduzco, ya que gracias a Markitos Zucker, ya no se pueden hacer más notas en FB. Nunca comprenderé esas decisiones tan desacertadas. 

12 de mayo de 2016

Esos impensados dibujos de la literatura que tanto me gustan...
Resulta que como bibliotecaria y archivista del alma que soy, atesoro en mi compu artículos y reseñas críticas que he ido encontrando en la web sobre literatura argentina (entre otras muchas materias similares) a lo largo de los años y cada tanto me pongo a ordenarlos, lo que significa pasarlos a Word, nombrar los archivos comenzando por el apellido del autor, registrar los datos en una planillita y así (aclaré que soy bibliotecaria de alma, bien, sigamos). En eso me encontraba hoy a la tarde, cuando en una de esas notas guardadas quién sabe cuándo se mencionaba un poema de H. A. Murena, un escritor argentino que amo, sobre José Hernández, autor de nuestro insigne poema nacional, que justamente hoy terminé de dar en el taller... La nota sólo mencionaba el poema de Murena pero ni siquiera daba el título. Tiré algunos datos en Google pero no apareció nada. Recordé entonces que tengo el tomo Visiones de Babel, que recopila buena parte de la obra de Murena (compilado por G. Piro) y allí estaba este bellísimo poema, que comparto con todos los circunstantes:


RETRATO DEL POETA

Imagínenselo:
tenía más de un metro ochenta de estatura,
cuerpo de león,
pero en el medio del pecho
un signo trémulo y fatal
como el amor o el fuego.

Nació en Perdriel, en San Isidro,
bajo la leche infinita de la noche austral.
Atónita se detendría su alma
ante la llanura perfumada e inmensa,
los ríos frutales,
el tierno silencio del mundo.

Y de improviso los oiría romperse
bajo el galope mortal de la anarquía,
de la ardiente tierra
que le habían destinado: imagínenselo.

Comprendan, se educó en los campos,
en jóvenes ciudades, vería
las libres caballadas del alba
surgiendo de lagunas brumosas,
cubiertas del misterio
con que empieza la vida, habrá tocado
criaturas humilladas, pobres,
caídas, todo el dolor argentino
en su abierta llaga,
mientras en su centro puro
la poesía se alzaba
soñando las voces nuevas
para una belleza de rostro arrasado.

Peleó en Pavón, en la guerrilla litoral,
en Sauce, en Cepeda,
y en las noches absolutas del vivac
alumbraría el reino de hermanos
que un día, con el poder de quien entra
a casa de su enemigo
con una flor en la mano,
irrumpirá,
dispersará eternamente la tristeza,
el mal, la pena: comprendan.

Piensen que aún no se detuvo: dirigió
El Argentino, El Río de la Plata fundó
lo eligieron diputado, lo llamaron
senador y como un río que corre,
como el trigo que nace,
como un mar que golpea,
estuvo siempre de parte de los vencidos,
fue para ellos el ojo celeste,
el pan y el vino: piensen.

Pero imaginen sobre todo su boca,
moldeada para decir lo terrible,
su boca en la hora en que
bruscamente
el poema empezó a brotarle
igual que a un árbol las incesantes
hojas, pájaros, milagros, el peso
de la tierra ascendiendo así
hacia la luminosa cúpula del cielo.

Esa hora en que el amor
borraba sus rasgos, su íntima historia,
su cruz y su corona, su nombre mismo,
el José Hernández, esa hora de su nacimiento
y de su muerte, ese instante
en que no era nadie y era todos
en el canto: imagínenselo.

Imagínenselo ahora,
mercaderes, capitanes, políticos,
hombres eminentes y hombres oscuros,
almas enfermas de un tiempo
que perdió el futuro, imaginémoslo.

Su corazón late todavía
en el viento vivo de las tardes claras,
toquémoslo con el sentimiento y la mente:
será como si nos purificáramos.

H. A. Murena
El círculo de los paraísos, 1958.

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