31 de mayo de 2021

Le dices que no insista, que he salido...

Entre mi cumpleaños número 47, las nuevas restricciones y la mar en coche, sin quererlo, me tomé unos días y desaparecí de estas costas... pero sólo porque estaba en otras, disfrutando a rabiar el seminario sobre la literatura argentina y su relación con el mar, de Juan Bautista Duizeide, y leyendo a la vez su antología de literatura marinera Abordajes literarios, publicada el año pasado por Adriana Hidalgo. Sabrán comprender.
Casi traigo unos fragmentos de Juventud, de Conrad, ya que estábamos, pero he preferido, en cambio, volver a un primer amor. El 29 de mayo, justamente, se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de Alfonsina Storni, una de mis máximas poetas preferidas en todo el orbe poético universal. La leí muy temprano y quizás por eso ocupa ese sitial indiscutido, pero al pasar los años no he perdido ni un ápice de aquel entusiasmo y, muy al contrario, la admiro cada vez más, no sólo por su vida de loba solitaria, que le requirió absoluta y verdadera valentía, sino por su maestría poética, que fue reinventándose en cada libro, hasta llegar al pináculo en Mascarilla y trébol, una obra, me atrevo a decir, no suficientemente estudiada por la academia (acaso eso sea una bendición). Pero más todavía por ese poema final que me precipita a las lágrimas cada vez que lo leo, sin que lo pueda evitar y por el que alguna vez fui invitada a un programa de Radio Universidad, conducido por Marcos Clavellino (autor de la foto que ilustra este posteo), para farfullar algunas bobalicadas sobre él, bobalicadas a las que espero darles mejor forma ahora. Quien lo desee, puede escucharlas aquí

Foto: Marcos Clavellino


El poema, es, claro, este: 

VOY A DORMIR

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas, bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides... Gracias... Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido.

Poema póstumo, publicado en el diario La Nación, 25 de octubre de 1938.

Se sabe: la decisión ya estaba tomada. La enfermedad había sido implacable y la ciencia humana ya nada podía hacer con ella, excepto alguna carnicería de las que se estilaban en la época. Alfonsina acude al mar, al infinito mar que todo lo comprende para acabar con tanto dolor; escribe su último poema, piensa seguramente en su hijo Alejandro y procede a cumplir su magna e irreparable determinación. Sola, enferma y dolorida nada tiene sentido ya, ¿qué otra cosa hacer que parar de una vez con el sufrimiento? 
Sin embargo, su poema final, su testamento (aunque toda la poesía es testamentaria, como dijo alguna vez Jorge Monteleone), no es, en apariencia, triste, ni da cuenta de su gravosa circunstancia personal. Por el contrario, el poema hasta rebosa ingenuidad, tiene ternura y apenas uno que otro toque fúnebre, muy velado. Me interesa dar cuenta de esos matices, que son los que hacen que me emocione tanto, al menos a mí. Pero tiendo a sospechar que a muchos otros también, pues cada vez que lo leía en mis talleres, un hilo de emoción corría incluso entre mis alumnos más duros y «negados» a la poesía. Creo que es justamente esa mezcla inefable de ingenuidad y temblor la que produce esa conmoción. 
El título le anuncia a una precisa destinaria («nodriza mía», suerte de madre sustituta, íntima amiga o dama de compañía) una acción que la poeta aún no ha llevado a cabo pero que sin duda la hará, como lo reafirma ese «voy a» y no un hipotético «iré a», por ejemplo. Como se dijo, la decisión estaba tomada y, claramente, el contexto nos autoriza a equiparar dormir y morir («perchance to dream», acotaría el Bardo). La primera estrofa ambienta la escena en que se desarrollará ese dormir-morir: los elementos de la naturaleza (flores, rocío, tierra, musgo) oficiarán de ajuar nocturno-mortuorio, pero nótese que los toques fúnebres son apenas perceptibles, como en «sábanas terrosas» o «musgos escardados». La segunda estrofa continúa ambientando y delimitando la escena, que ahora puede decirse que tendrá lugar en la infinitud del universo, en otro toque ligeramente fúnebre, que sin embargo nunca se despeña hacia la referencia cabal ni directa. Las constelaciones como lámparas votivas y el poder de la nodriza para «bajarla un poquito» dan uno de los primeros toques de ternura en medio de la negrura que evocan varios de los elementos citados (la tierra, el musgo, la noche implícita en el rocío). En la tercera estrofa, cambia rápidamente la situación: la poeta le pide ahora a su nodriza que la deje sola y casi como si fuera una canción de cuna menciona al «pie celeste» y al pájaro que canta («te traza unos compases») como si fuera la nodriza quien, en efecto, fuera a dormir, pero rápidamente se aclara la situación con la tremenda estrofa final: el pie celeste y el pájaro que traza compases son, en efecto, para que la nodriza no se olvide de ella, o mejor dicho, para que pueda sobreponerse al dolor de la pérdida (ella ya está del otro lado de ese dolor, ya ha tomado la determinación, ya sabe que no hay remedio) y viene entonces el encargo, el pedido que es la más absoluta y cabal muestra de la ingenuidad de la que hablaba antes y la que a mí siempre, pero siempre siempre siempre me parte al medio, me rompe sin piedad el alma y el corazón porque todos sabemos que él nunca va a llamar, que él ha dejado de llamar hace mucho, que no, que no insistirá, que ya hace años que no insiste y ese es, acaso, el mayor dolor de la poeta que, en su amor invencible, en su amorosa y porfiada ceguera, en ese último gesto de coquetería y seducción de hacerse negar, sigue creyendo que él la llamará, que él vendrá y que todo tendrá el merecido final feliz que todos deseamos. 
Me desarma, lo dicho. Seguramente, porque espero lo mismo y no lo dejaré de esperar jamás. ¿Cómo podría, además, vivir una poeta sin ilusión, por absurda e imposible que esta sea?

No hay comentarios: