Me entero, por los avatares de Facebook, que hace unos días, más precisamente el 3 de mayo, falleció el poeta Eduardo Mazo. Seguramente no les suena, es probable que no lo conozcan ni lo hayan oído mencionar siquiera. No era muy conocido tampoco, puesto que se movió siempre por las suyas. Editaba sus propios libros y estuvo exiliado en Barcelona, pero en los últimos años había vuelto a nuestro país y posteaba regularmente algunas reflexiones en Facebook. Llegué a él de las extrañas formas en que se llega, siempre, a la poesía más diversa: el padre de mis hijos tenía en custodia la biblioteca de uno de sus primos, si no recuerdo mal, allá en su casa de La Tablada. Eran unos pocos libros pero muy variopintos. Uno de ellos era Autorizado a vivir, de Eduardo Mazo, un libro de epigramas, según anuncia la propia portada, del que luego transcribo varios. Cuando el padre de mis niñitos se mudó conmigo, en aquel aciago año 99, aquel libro vino a parar a mi casa también pero cuando se fue a su provincia natal (en el mismo aciago año) se lo llevó con él, desde luego. No correspondía que se quedase (ni él ni el libro). El caso es que un domingo, en el Parque Rivadavia, me crucé de nuevo con Autorizado... y lo compré sin dudar. Casi diez años después, en una de mis librerías favoritas de la calle Corrientes, di con su ¿continuación?, Prohibido morir. Y muchos años después, Facebook volvió a ponerme sobre la pista de Mazo. El mismo Facebook que ahora me cuenta que se ha ido, supongo que por la peste actual, no lo aclara. No sé si fue un gran poeta, pero sin duda merece este pequeño homenaje que aquí le rindo. Todos estos poemas habían sido copiados en el CdP original, dicho sea de paso.
Lo malo de la muerte
es que, casi siempre,
nos encuentra viviendo.
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