30 de marzo de 2021

Las deidades felinas

Son innumerables los poemas sobre gatos. Hay numerosas antologías y, desde luego, tengo varios poemas gatunos favoritos (uno de ellos jamás puedo leerlo sin llorar a mares, en otro posteo contaré por qué). No hay ser más bello y misterioso, en mi opinión, que un gato. Los felinos en general lo son, pero los gatos tienen un plus, acaso por su tamaño menor respecto de panteras, tigres o leones, o por la aparente maleabilidad que nos deja acercarnos y hasta alzarlos (no siempre). Se han escrito también hermosos libros sobre ellos, como este, así que no voy a enzarzarme en un panegírico gateril ahora (ya he hecho varios, además). 
Quiero simplemente explicar, o mejor dicho, hacer ver por qué el siguiente poema del mexicano José Emilio Pacheco es una pequeña gran proeza de la sencillez y el encanto. No es sólo porque describa a la perfección la actitud que suelen adoptar los gatos (en especial las gatas) frente al mundo, sino porque logra, con la mayor economía, ponernos frente a frente con todo un universo en apenas un puñado de versos. ¿Me acompañan a ver cómo está hecho? 
Prometo que este «destripamiento» de los poemas es de lo más proteico y provechoso tanto para quien quiera iniciarse en el arduo camino de la poesía (quiero decir, lanzarse a escribirla), como para quien quiera únicamente disfrutar de su magia leyéndola. No se pierde la magia, justamente, por mostrar los trucos: puede ser que incluso se acreciente. Antes de pasar a lo que sigue, recomiendo que se lea el poema y luego se lea el análisis (también puede obviarse este paso, desde luego, pero lo dejo para quien guste de él).

Como corresponde a cualquier análisis que se precie de tal, comencemos por el título. Una única palabra condensa el espíritu y la temática del poema: «Gatidad», neologismo del autor que celebro por su justeza y eufonía («Felinidad» no suena tan bien). Inmediatamente logra que lo asociemos con «deidad», que es exactametne la actitud que toman los felinos en cualquier circunstancia (miles de memes así lo atestiguan). El poema se inicia con una estrofa de un único verso que, de inmediato, pone en escena a la protagonista, a los espectadores de su gatidad y el ambiente en el que todos están envueltos. Con un puñado de palabras ya vislumbramos la sobremesa de una reunión familiar o de amigos en la que, sigilosamente, como hacen todos los gatos, ha entrado su deidad felina. Escuchamos incluso el repentino silencio que se hace ante la aparición, prácticamente equiparable a una epifanía. La segunda estrofa se demora, con parsimonia igualmente felina, en describir a la gata de marras: nos informa que no es una fina gata de raza, muy por el contrario es una gata marca «gato», es una gata común, aunque «común» en el reino felino jamás significará «ordinaria» pues ni el más rantifuso de los mishines lo es ni aunque quiera. Ellos siempre están en otro orden, fuera de las categorías asequibles de este mundo. Esta gata no es la excepción, incluso con toda su «bastardía». La tercera estrofa, del mismo modo que en una obra teatral, alcanza el clímax: la gata ha hecho su número, ha dictado sentencia, ha repasado a todos y cada uno de los humanos allí presentes y ha concluido que, tal como sospechaba, ninguno vale la pena un segundo de su preciosa atención y procede sin más a retirarse. Se ha cerciorado de que allí no hay nada que revista su interés y lo hace saber, a su taxativo modo. Juro que no estoy delirando. Los gatos hacen eso todo el tiempo. Complejos pensamientos atraviesan sus testas perfectas y los dueños podemos, incluso, reconocerlos. La convivencia permanente con ellos nos brinda esta delicada gimnasia, que también nos permite inferir qué desean cuando se dignan a reclamarnos algo, aunque no siempre podamos satisfacer todos sus deseos (o caprichos). La cuarta estrofa acentúa lo ya dicho en la tercera, repitiendo (y fundamentando) el neologismo del título y dejando ver la poderosa personalidad de la gata, bastarda y todo. La quinta estrofa, al igual que la primera, vuelve a arremeter con un único verso que informa cuánto duró la atenta observación de la felina: le bastó medio minuto para dar cuenta de todo ese universo, cosa que los humanos no siempre podemos ni sabemos realizar. La última estrofa, gran y perfecto remate de esta viñeta de cotidianeidad elevada a poesía, cierra el círculo interpretando el lenguaje felino a la perfección y dejando una lección moral para los sorprendidos y escasamente lúcidos humanos que tenemos la suerte de convivir con deidades peludas así de maravillosas. 

P. D.: Sí, ilustro este posteo con una foto de mi amada Catina, dueña de una gatidad irresistible. 




GATIDAD

La gata entra en la sala en donde estamos reunidos.

No es de Angora, no es persa
Ni de ninguna raza prestigiosa.
Más bien exhibe en su gastada pelambre
Toda clase de cruces y bastardías.

Pero tiene conciencia de ser gata.
Por tanto
Pasa revista a los presentes,
Nos echa en cara un juicio desdeñoso
Y se larga.

No con la cola entre las patas: erguida
Como penacho o estandarte de guerra.

Altivez, gatidad,
Ni el menor deseo
De congraciarse con nadie.

Duró medio minuto el escrutinio.

Dice la gata a quien entienda su lengua:
Nunca dejes que nadie te desprecie.

José Emilio Pacheco
El silencio de la luna: poemas, 1985-1996.

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